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Este mes comienzan la Semana Santa y el Ramadán. En mi edificio, en el que conviven musulmanes y cristianos, el ambiente festivo salta a la vista. Unos lo celebran de día, colgando ramos en las ventanas, practicando con la corneta y encendiendo cirios. Otros de noche, momento en que se reúnen con sus familias a comer cordero. Así el olor a incienso y especias se entremezcla y hermana, trasladándome a lugares lejanos. No a través del espacio, sino del tiempo. Es abril, la primera procesión está a punto de salir a la calle. Y yo recuerdo a mi abuela. Mi abuela, que hace 28 años me llevaba a escondidas a misa los domingos por la mañana, que por la noche me quitaba el miedo a los monstruos con un Padre Nuestro y las Cuatro esquinitas, que año tras año me cogía de la mano en estas fechas para ir a ver la Semana Santa. A escondidas, no fuera a ser que mis padres lo supieran y le dijeran que no me llevase más. No es que ellos estuvieran en contra de la religión, pero querían que fuese más mayor antes de decidir en qué quería creer. Yo sentía que tenía un secreto que no lograba entender del todo. Para mí esas palabras que pronunciaba con mi abuela antes de dormir eran una especie de conjuro prohibido, la iglesia era un palacio oculto, y no tenía muy clara la diferencia entre las sufrientes vírgenes y las bellas brujas. Tampoco había diferencia alguna entre la fe y la magia.
Mi relación con la iglesia terminó cuando dejé de pasar los sábados y domingos en su casa. Y a ella, cristiana de corazón, sé que se le partió un poquito el suyo cuando vio que su nieta le había salido agnóstica.
Abril también es el mes de su muerte. Esta semana se cumplen seis años. Y desde que murió vuelvo a tener esa sensación de que la religión y la fe son como la magia. Hace seis primaveras que intento creer y, aunque no me sale del todo, Dios y su posible existencia son para mí lo que para un niño los magos y los dragones. Algo que puede que no exista, pero en lo que me gusta pensar. La religión es ese lugar desde el que mi abuela me sigue recitando conjuros bajo las estrellas. Ese mundo en el que puede verme. Ella me dijo una vez: "Si Dios no existe, tendremos que inventarlo".
Es misterioso y complicado este tema de la fe. Mueve montañas, aunque no sé muy bien con qué propósito o hacia dónde. Solo sé que este mes comienzan la Semana Santa y el Ramadán, y que mi abuela me hacía cosquillitas en la espalda mientras le rezábamos a Dios. Solo sé que ahora soy yo la que le susurra a su hijo Cuatro esquinitas sin tener muy claro a qué deidades está invocando .
Es abril y todavía no sé si creo en los ángeles. Pero también es primavera, y sé que creo en mi abuela. Y sé que creo en las flores. Y eso en definitiva es la religión. Feliz Ramadán. Feliz Semana Santa. Feliz primavera.
Después de todo, es imposible amar sin tener la capacidad de creer en algo.
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