
Desde mi pupitre
Ángel J. Sáez
Zelensky, dictador
El Manual del golpista del siglo XX indicaba, ya en su página 3, que todo putsch que se precie ha de acompañarse de la ocupación de la radio y la televisión, de la emisión de marchas militares y de la publicación del correspondiente manifiesto. Éste era una declaración de intenciones plagado de autojustificaciones, alusiones a lo providencial de la actuación del firmante y llamadas a que cada cual se quedase en casita, mientras se iban limpiando las calles de los enemigos de la patria.
Los ejemplos son variados a un lado y otro del Atlántico: Primo de Rivera, aquí, en 1923; Uriburu, en Argentina, en 1930; Franco, en julio de 1936; Pinochet, en Chile, en 1973. A los Stalin, Castro, Pol Pot y Kim de Corea los rifamos otro día, no se me cabreen.
Por lo general, estos entusiastas militares confesaban que, aún sin quererlo, se veían forzados por las circunstancias a sacrificarse por el bien común, liquidar constituciones, libertades y gentuza de cualquier pensamiento que no coincidiese con el suyo. Todo por salvar al país.
En el siglo XIX, los pronunciamientos eran cosa de espadones moderados o progresistas, según tocase, sublevaciones militares normalmente incruentas. Lo de Primo de Rivera fue un golpe que contó con el beneplácito de la sociedad española, discrepando de esta curiosa bienvenida sólo los anarquistas y una parte del PSOE. Así que tampoco hubo el derramamiento de sangre con el que después aterrorizó, a propios y extraños, el alzamiento de Franco.
En este 2025 andan, unos y otros, enterrando y desenterrando el recuerdo del dictador gallego. La ocurrencia del Gobierno de conmemorar no sé qué aniversario mal calculado de libertades se ha contraprogramado con el manifiesto dedicado al difunto por sus dolientes. Y, por aquello del “desinforma que algo queda”, se han lanzado a blanquear sepulcros. Que ahora quieren que la paz y los pantanos de Franco no se fundamenten en el hambre impuesta a los españoles con la ruinosa apuesta por la autarquía, a mayor gloria del Caudillo; en la división entre vencedores y vencidos, sostenida con mano de hierro para mantener vivas las enseñanzas de la gloriosa cruzada; a la cruel represión que pobló de espectros las prisiones y de muescas de balas los muros de los camposantos; al miedo que tapó la boca de nuestros abuelos; a las fosas comunes cavadas por sus sicarios, mantenidas hasta hoy para vergüenza de nuestra joven democracia.
Ánimo con su manifiesto, nietos millonarios de la herencia del abuelo, acuñada con el honrado salario de general. Que no les faltarán palmeros en esta sociedad de ignorantes digitales que hemos construido. Nos vemos, en Madrid, el 20-N que viene, en el acto de desagravio a “la espada más limpia de Europa”.
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