Mentalidad de pobre

No es extraño encontrar gente, sobre todo jóvenes, que sostienen que el problema de las personas que no tenemos fortuna, es porque carecemos de una especie de mentalidad que hay que tener para hacer dinero. Es decir, tenemos mentalidad de pobres y por eso no prosperamos.

Yo, en primer lugar, les diría que, en un porcentaje elevadísimo, la riqueza proviene, no de la mente o del carácter, sino de la herencia. Ciertamente, algunos individuos han sido los primeros en acumular propiedades y amasar capitales, pero suelen ser un caso entre millones que, por el contrario, no lo consiguen. Y, desde luego, esos imperios que surgen de la nada -de un chaval que recogía colillas en la acera, florece un grandísimo empresario hotelero; del que llevaba los recados al jefe, nace un banquero exitoso- son, cuando menos, sospechosos.

A ver, no seré yo quien niegue las inteligencias superiores de algunas personas, así como las capacidades para ver la oportunidad y aprovecharla. No, obstante, también me pregunto, si en ese camino jalonado de logros, se ha ido siempre de la mano de la ley y de la ética. El viejo Balzac decía aquello de que “detrás de toda gran fortuna, hay un crimen escondido”.

Y la postura de estos jóvenes se debe a que les han taladrado el cerebro con fantasías del tipo “el sueño americano”, “la cultura del esfuerzo” o “la España que madruga”. Como si no fuese valiente la cirujana en el quirófano, o no se esforzaran las personas que trabajan a la intemperie, o si, quienes eligen ser bomberas o policías, no estuvieran demostrando un notable espíritu de abnegación. ¿No son emprendedores quienes cada mañana abren su negocio, sin más objetivo que ganarse una vida cómoda y digna?

Me pregunto también, si ese objetivo de alcanzar la riqueza, exclusivamente a través del dinero, no significa, de igual modo, una enorme pobreza existencial y moral. ¿Dónde quedan las causas humanitarias y las personas que apenas subsisten? ¿Es porque todas ellas son vagas o lerdas y, por tanto, merecen malvivir? ¿Qué pasa con la satisfacción por el trabajo bien hecho? ¿Y qué decir del talento, aplicado a mejorar las vidas de las gentes y el planeta o, simplemente, a disfrutar y compartir el conocimiento o la belleza? ¿Hay que renunciar a los pequeños placeres de la existencia? ¿Realmente, cualquier persona mega rica es mejor que yo, o que quien me lee? ¿De verdad la felicidad está unida a una cuenta con muchas cifras? Y, sobre todo, ¿No sería más deseable, que todas las pobres del mundo nos uniéramos para luchar por que exista un reparto más justo de los bienes?

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