02 de julio 2024 - 03:06

Una de las cosas que uno aprende sobre la marcha durante la vida es precisamente la finitud de la misma. La eternidad, al menos en este plano terrenal, no existe. Se marchan los abuelos, los tíos, los padres y también las mascotas. Quizás para algunos puristas insensibles, los animales sean simples seres sin importancia pero para aquellos que nos hicieron compañía durante mucho tiempo son como un ser querido. Es el caso de Merlín, un agapornis que cumple sus quince años este mes, que es el máximo tiempo de vida estimado para esta especie.

Desde inicios de este año su salud ha desmejorado mucho y hasta ha dejado de volar. Lo único que desea es compañía, dormir sobre mi hombro izquierdo y que le acaricie. Llegó a mi vida en 2009, fruto de un capricho de verano a raíz de la popularidad de estos loritos lindos entre los adolescentes de mi quinta. A estas pequeñas aves las llaman “inseparables”. El sobrenombre no es para menos, no llego a los treinta y he vivido más tiempo con este pequeñito ser que sin el. Siempre ha estado conmigo, he jugado con el y con muñecos, me ha acompañado jugando a la consola, estudiando, descansando, agobiado... Su marcha, porque ya se va acercando, me resulta durísima.

Como en muchas ocasiones, siempre queda algo que nos recuerda a un ser querido: una canción, un lugar, un bien material que le pertenecía, etc. En el caso de este pequeño ser también se da: numerosas plumas, algunos audios de su cantar, vÍdeos, fotografías e indudablemente, un cariño especial hacia todas las aves. Muchas veces me pregunto si este cariño hacia un animal de otra especie es posible, si no es pura simbiosis: el me entretiene y yo le alimento. Sin embargo, cuando estamos la familia al completo y lo alejamos para que ande hacia uno de nosotros muchas veces elige venir hasta mi. Si eso no es amor recíproco y consciente, no sé qué es, pero es mágico. Hasta desayunando nos acompaña, prefiriendo en muchas ocasiones una gota de nuestro café a un trozo de su fruta. Eso sí, las pipas de girasol son su guilty pleasure, nos hace recordar que es un pájaro.

El amor fraternal que se siente hacia ellos es algo comprensible para muy pocos. Hemos tenido la suerte de disfrutar con él mucho tiempo. Aún no se ha ido y me cuesta pensar en la vida sin su compañía, sin volver a casa y verlo. Mi pájaro ha sido como un sueño, como canta Silvia Pérez Cruz. Solo espero que allá donde vaya vuele bien alto, “como todos los sueños, que vuelan y permanecen”.

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