El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
Creo que fue Yul Brynner en 1973 el que, con Almas de metal, nos indujo por primera vez el terror a las máquinas: los robots de un parque temático decidieron sublevarse contra los hombres. Por entonces ya había computadoras capaces de cálculos matemáticos imposibles para cerebros normales. Luego, en los 90, el ordenador Deep Blue ganó a Kasparov y los periodistas nos hicieron temer que, en adelante, tendríamos a las máquinas en frente, compitiendo contra los humanos; no al lado, ayudándonos.
Sin duda que estamos sobrestimando a los robots: con el tiempo serán mucho más listos y brillantes que el venerado chatGPT, pero siempre carecerán de aquello que realmente caracteriza la inteligencia humana: la razón y la voluntad. Hay máquinas que parece que razonan pero no lo hacen; aunque lleguen a veces al mismo resultado que una mente humana, su camino ha sido otro: el del algoritmo, los datos y la estadística. La lógica, la creatividad, el ingenio y el humor nunca serán suyos. Jamás esas máquinas prodigiosas tendrán conciencia ni, mucho menos, autoconciencia. Jamás, por tanto, podrán decidir si se ponen contra los humanos (o a favor de los pájaros), como algunos visionarios de medio pelo se han atrevido a proclamar.
Por supuesto se nos viene encima una nueva revolución tecnológica, como la Industrial, como la Digital… El transhumanismo es también una realidad inminente. Pero soy optimista y preveo un mundo mucho mejor que el actual gracias a los robots: una sociedad ayudada por ingenios autónomos que se ocuparán de la agricultura y la ganadería, que moverán las cosas de un lado a otro del mundo, nos llevarán los alimentos a casa a muy bajo coste, probablemente incluso a cuenta del Estado (como la Educación o la Sanidad), que levantarán nuestras casas y producirán nuestra energía... Eso nos dejará mucho tiempo libre para leer, pensar, pintar, enseñar, navegar, mirar, viajar, cuidar, amar… las actividades esencialmente humanas.
Pero estemos alerta: el miedo siempre ha sido una estrategia comercial. Sin miedo nadie vende seguros ni extintores ni antivirus ni refugios nucleares. Así que asumamos que, en adelante, los mercaderes seguirán comerciando con nuestros miedos.
Los robots, como los martillos y cuchillos del Neolítico, vienen a ayudarnos con el trabajo más pesado, a acortar nuestra jornada laboral y a facilitarnos la existencia. Los hombres seguiremos decidiendo, administrando justicia, tratando a las personas enfermas, enseñando a los niños, investigando el pasado, filosofando sobre el sentido de la vida, haciendo humor, esculpiendo, poetizando, viajando y haciendo canciones que emocionan. Los robots no pueden sustituirnos, ni a nosotros ni a nuestras mascotas, por mucho que Yul Brynner nos contara lo contrario.
También te puede interesar
El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
La ciudad y los días
Carlos Colón
La Navidad en la obra de Dickens
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Retorno de Páramo
Un cortado
Alessio González
Montañas en el Estrecho
Lo último