El miedo se va extendiendo y penetrando en casi todos los sectores de la sociedad con una fuerza lenta pero imparable. “El miedo existe siempre en relación a algo o a alguien” (Krishnamurti). En la situación actual queda claro que el pánico se relaciona con la vuelta de un fascismo económico y político propio de mafias poderosas. La llegada de esta panda de millonarios al poder en América del Norte está consiguiendo que las personas normales y corrientes sientan que se aproxima un futuro impredecible. ¿Qué va a pasar con esta gente tan loca? ¿Estallará una nueva guerra mundial? ¿Tendremos dinero suficiente para comer cuando suban los precios hasta el infinito? ¿Será toda una broma pesada? Son cuestiones que, con los consabidos matices, están hoy en las calles de nuestra tierra. Al principio ese personaje surgido de las playas caras era motivo de risas, ahora de preocupación.

El miedo, afirma José Antonio Marina, “es una emoción individual pero contagiosa, o sea, social.” Este contagio es el que estamos viviendo y combatiendo a la vez. Sabemos lo que nos jugamos. Así como sabemos también que hay gente empeñada en hacer visibles las consecuencias de lo que tememos.

Me preocupan los acontecimientos que estamos viviendo; me agobian las consecuencias tanto personales como colectivas, pero también me obsesionan las palabras de un sicólogo, Kurt Goldstein, citado por Marina: “No existe mayor medio de esclavizar a la gente y de destruir la democracia que crear en las personas un estado de miedo. Uno de los pilares del fascismo, es el miedo” (Marina, Anatomía del miedo. Editoral Anagrama).

Parece que ser valientes (entiéndase no dejarse llevar por el contagio social) se convierte en una necesidad, en un mandato de la conciencia que nos impulsa a mantener la esperanza en su dimensión revolucionaria, activa, comprometida.

Mantenernos como valientes se convierte en un acto fraternal que nos ayuda a mantener el sistema democrático más purificado, más limpio.

Los discursos derrotistas tienen su parte razonable, aunque mantenernos en ellos es hacerle el juego a esos poderes que solo ven en la humanidad un motivo de negocio, una forma de extender su actitud chulesca, provocando cualquier mal con tal de salir beneficiados en unos cuantos millones de dólares más.

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