30 de agosto 2024 - 03:05

Nos movemos por el mundo con esa seguridad de una bondad que, bien analizada, no es la resultante del esfuerzo de la mayoría. El motor de la Historia es un bajo vientre convertido en niño maleado y caprichoso. Trazo grueso; en la individualidad encontramos de todo, para bien y para mal; es como una proporcionalidad con excepciones: el pobre hace mal pero pequeñito, lo que le dan sus medios, la rica puede hacer mucho mal no por ser peor sino porque sus movimientos son más relevantes. Una gradación casi inagotable describe al grupo humano y su complejidad inescrutable. Al final es una cuestión de tendencia, de propensión, si cada cual hiciere lo que debe... el mundo sería mejor, jajajá, limpiémonos la miel excesiva. El que se queja del gobernante, en su cargo haría lo mismo quién sabe si peor. El pobre que se enriquece no soluciona sus vicios; el rico arruinado no deplora el fallo sino que mantiene los suyos.

Démosle un reconocimiento a la religión, en las sociedades cerradas, controlables, la moral jugaba a reguladora, daba razón de lo bueno y lo malo y contenía los impulsos, al menos socialmente. En las sociedades abiertas es exactamente al revés, la formación, el conocimiento ha de sustituir a la moral para evitar su derrumbe, los Derechos sustituyen a las Leyes de Dios. Esto conlleva una dinámica de cambios a veces difíciles de digerir, como ahora el feminismo o la cuestión del género, pero si el Derecho se impone hay cambio: por eso es abierta esa sociedad.

La inmigración en sí no es más peligrosa que la población de una barriada o de un pueblo, el Estado de alguna manera regula, vigila que los Derechos se ejerzan, cuanto más abandone a esos grupos (y tenemos ejemplos) más se convierten en guetos. Respetar a la población de esas barriadas no debería pasar por convivir con ciudades sin Ley, por permitir la eclosión de valores discriminatorios, racistas, delincuenciales... Ahí el progresismo lo tiene claro, aunque misteriosamente el Estado las mantiene. No lo tiene, por contra, con la inmigración. Tengo alumnas mayores de edad que no pueden salir solas a la calle, ¿eso es un rasgo cultural o un delito?; alumnos varones que reciben maltrato físico continuado y normalizado por parte de padres incuestionables; alumnado que lee a Nietzsche a escondidas, deseando estar en clase para hablar de cosas que no podrían ni plantear en casa; si se fijan ésta es la España que conocíamos hace décadas.

La pantomima de la convivencia es una parodia muy parecida a la de los nacionalismos; si en España el regionalismo fuera cultural y reivindicativo de lo propio sin interferir en los demás, centralizando lo importante (Economía, Interior, Sanidad, Educación... ), nos ahorraríamos muchos problemas. Si la integración fuera gastronómica, cultural, etc., maravilla, el problema es que trae de vuelta una moral a la sociedad abierta y eso es inasumible. Es la izquierda quien debe tener esto claro, la extrema derecha lo pesca en mitad de lo revuelto sólo por imponer su propia moral, peores, pudiendo ser libres eligen yugo y flechas.

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