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David Fernández
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El mundo de ayer
No suelo escribir sobre la actualidad. Me gusta que mis artículos puedan leerse en cualquier momento y por cualquier persona. Pero creo que es un buen momento para contar algo que me apetecía decir.
El cielo y los ríos se han roto en levante, y han muerto decenas de personas en Valencia, en Cuenca, en Albacete y en Málaga. Muchos siguen desaparecidos, enterrados tal vez en barro o ateridos en un refugio improvisado, con hambre y sed, esperando a que alguien los rescate. No hay luz, no hay teléfono, no se puede ir ni volver a muchos lugares. Y a los que se puede volver no se vuelve, porque no son los mismos. Ni los equipos de rescate pueden entrar en ciertas zonas. Es como si un gigante hubiera arrastrado con su mano los coches, los puentes, los cuerpos, la historia.
Tras la catástrofe todos ayudan a todos. El que puede coge una escoba, una pala, una espuerta; extiende una mano, agarra un brazo, dice palabras de amor. Los bomberos, la policía local, la Guardia Civil y la UME llevan horas y horas tirando puertas, cortando rejas, buscando a los vivos para que puedan sobrevivir, y a los muertos para que puedan descansar en un lugar más digno.
En días como hoy me acuerdo mucho de las palabras que vi, una y otra vez y en todas partes, en marzo de 2023, cuando gané tanto dinero en la tele. “La cifra exacta que Rafa pagará a Hacienda.” “Rafa Castaño y el zarpazo de Hacienda a su bote.” “¿Cuánto se lleva Hacienda del bote de Pasapalabra?” Cada vez que me preguntaban por eso –y todos lo hacían–, mi mensaje era siempre el mismo: Hacienda se quedará con más de un cuarenta por ciento del premio, y me parece bien.
Sé que el dinero público a veces se despilfarra, que costea vicios y paga silencios. Sé también que pasé muchas horas estudiando, que me esforcé mucho y que, sin contar con la suerte, me gané cada euro. Sé también que ahora mismo hay manos aferrando manos, cortando rejas, tirando puertas. Que hay casas inundadas, coches apilados, vidas destrozadas.
Aún me siguen reconociendo extraños. Suelen decirme entonces que es como si me conocieran, porque he estado meses cenando con ellos, como uno más de la familia, como si hubiera entrado en sus casas. Este 5 de noviembre termino de pagar lo que, como ciudadano, debo a todos ellos: un millón de euros. Mis brazos sostendrán los cuerpos. Mis piernas cruzarán el barro. Entraré de nuevo en las casas de todos. Y lo agradeceré siempre.
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