Ojo del muelle
Rafa Máiquez
Ya tenemos el lío formado
Los mitos son anteriores a los textos; tanto, que forman parte de los primeros balbuceos del pensamiento racional. Son origen y principio, germen y fundamento, y tienen una validez que llega hasta nuestros días. Su vigencia es tal que podría decirse que los mitos no tienen edad.
Surgieron para dar explicación a cuestiones que siempre han preocupado a los seres humanos: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos? Son relatos anteriores a los textos, pero con intención de pretextos, de excusas con el valor de respuestas, de patrones que se debían seguir.
El estrecho de Gibraltar es un lugar con una especial concentración de mitos. Situado en el extremo occidental del Mediterráneo, tuvo siempre el valor dual de espacio relacionado con el ocaso geográfico y la muerte metafórica, pero también con paraísos lejanos y ubérrimos edenes de poniente. Ha sido lugar de inframundos y hades, océanos ignotos y apartadas lindes, pero también espacio de campos Elisios, jardines de Hespérides y símbolo de la atracción que ejerce siempre lo prohibido. La mitología clásica ubicó aquí columnas y estelas: hitos que marcaban un fin del mundo intraspasable, para lo que fue poblado con una pléyade de fieros guardianes y monstruosos seres; un fin del mundo donde regían férreas leyes que impedían el acceso pero, sobre todo, el regreso; un fin del mundo que, quizás por ello, se convirtió en punto de destino de dioses, héroes y algún que otro mortal dispuesto a traspasar normas y mostrar sus aguerridas virtudes en un territorio que acabaron colonizando.
El estrecho de Gibraltar es también un lugar con vestigios de mitos autóctonos para los que este espacio no era ningún fin del mundo, sino el centro del suyo propio. Poseidón, Medusa, Briareo, Euritión, Gárgoris, Habis, Atlas o Anteo eran figuras que habitaban las cercanías de los bosques tartésicos, un lugar donde abundaban los ganados retintos, los ubérrimos frutales y un subsuelo rebosante de oro, plata, cobre y estaño; un lugar rico y atrayente, adonde acudieron expediciones orientales en busca de lo que no tenían. Hasta aquí llegaron perseos, y orfeos, héroes y odiseos para alcanzar lo inalcanzable y luego volver para contarlo; hasta aquí llegaron mitos e iconos para civilizar lo que ya estaba civilizado.
Durante cincuenta semanas Enrique Martínez Andrés ha dado forma y color a unos textos escritos por un servidor en esta cabecera. Durante casi un año Europa Sur ha publicado sendas entregas de estos mitos relacionados con un espacio geográfico que tiene poco de irreal. Fruto de este trabajo es la exposición titulada “Mitos del fin de un mundo” que esta tarde se inaugura en la sala Cajasur de la calle Convento. En ella hemos querido contemplar estos mitos desde un costado diferente, para entender su vigencia a pesar de tantos pretextos; y es que los mitos, como sabemos, no tienen edad.
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