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Alejandro Tobalina
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Confabulario
Según un reciente estudio de la Univeridad Saint Andrews, en Escocia, los monos tienen largas conversaciones gestuales, por parejas o en grupo, donde se ceden y se roban la palabra como el más avezado parlamentario. Según la primatóloga Catherine Hobaiter, los chimpancés se comunican mediante gestos a una velocidad semejante a la nuestra. Lo cual implica que el reino animal anda más cerca de lo que pensábamos. Pero no por su capacidad de comunicación –que también–, sino por ese vicio tan humano, por esa impaciencia que nos aflige de quitarle la palabra a nuestro interlocutor, para decir nosotros nuestra verdad urgentísima.
Borges, en El inmortal, retoma la leyenda de los Trogloditas, pueblo etíope glosado por Heródoto, según el cual los trogloditas se alimentaban de serpientes y poseían un idioma parecido al chillido de los murciélagos. También eran los hombres más veloces del mundo, de ahí que los garamantes –otra vez Heródoto–, le dieran caza desde sus cuádrigas. Es en ese mismo relato donde Borges escribe que “los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar”. Como se ve, esto último ya no es tan cierto, siendo así que incluso se roban el turno para hablar, ¿de qué?, del presente. Decía que Borges tomó la figura del troglodita para encarnar el estadío último del inmortal, olvidado de su cuerpo, como una bestia feroz, sin habla y sin ropajes, dedicado al pensamiento puro. Antes, Montesquieu utilizaría a esta misma tribu mítica para fabular, en sus Cartas persas, el nacimiento de una sociedad virtuosa y utópica. Algo muy ilustrado, en fin. ¿Qué es, sin embargo, aquello que nos distingue de los locuaces chimpancés, según la primatóloga Hobaiter? La capacidad proyectiva. Dado el grado rudimentario de su lenguaje, los chimpancés no pueden consignar el pasado ni proyectarse sobre el futuro, limitándose a la expresión de su actualidad vital.
De modo que cuando Quevedo escribe, al modo senequista, “soy un fue, y un será, y un es cansado”, no hace sino enumerar aquello que nos convierte en hombres. Vale decir, en primates superiores. Según Westenhofer, es el hombre quien desciende del mono, dada su mejor adaptación al entorno. Sin embargo, esto parece poco al animal humano. Más allá de la adaptación, el hombre se ha creado su propio entorno; un entorno muchísimo más vasto, donde pasado y futuro, fantasmas gemelos, se cruzan sobre todos nosotros. Sobre usted y sobre mí, “presentes sucesiones de difunto”.
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