... y Montero derrotada

La esquina

06 de abril 2025 - 03:08

La intensidad con que vive la política María Jesús Montero hunde sus raíces en un carácter indómito, su radicalismo de joven cristiana comprometida con la lucha por los desfavorecidos y cierta querencia hacia el populismo nutrido en un nivel intelectual mediano y en la exitosa política versátil y oportunista de su jefe.

Ha sido precisamente su jefe, Pedro Sánchez, quien la ha embarcado en la peor aventura de su vida: la reconquista de Andalucía. No es verdad que ella estuviera deseando ser la candidata autonómica. Ha venido sin querer venir, mandada por el único que podía mandárselo en base a una ensoñación falaz que él acaricia: que una ministra suya, por el mero hecho de serlo, tiene un tirón irresistible en su territorio. Montero en Andalucía como López en Madrid, Morant en Valencia y Alegría en Aragón. Que les darán la vuelta a las encuestas y arrebatarán el poder al PP.

La fórmula ordenada para la actividad política de estos candidatos (permanecer en los cargos hasta las elecciones respectivas) tiene objetivamente sus inconvenientes. Uno, que se les obliga a repartir titánicamente sus energías, tiempo y esfuerzo entre los dos afanes. Otro, que hay un conflicto de intereses: la ministra de Hacienda, por ejemplo, ¿tratará a Andalucía como ministra al servicio de todo el país por igual o como declarada aspirante a sustituir a quien preside la Junta? ¿Qué estará por delante?

No desdeñen el problema del tiempo, que es limitado para todos los seres humanos. La candidatura que le ha sido impuesta a la vicepresidenta María Jesús Montero le obliga a viajar continuamente a esta tierra, quizás en detrimento de otras, y a comunicarse con sus futuros electores por la vía del mitin, es decir, de la consigna, la brocha gorda, los argumentos inanes y la descalificación del adversario. Ya saben que los asistentes a un mitin suelen aparcar el cerebro en la puerta.

Total, que no da abasto y que sus defectos los ve multiplicados por exceso de exposición. Ataques recurrentes de populismo y demagogia como el de la presunción de inocencia de Alves o la denuncia, tan expresiva, de las universidades privadas inaccesibles para los hijos de los trabajadores, no se explican por ignorancia o maldad de la atacante, sino por un nerviosismo que se origina tanto en su pasión personal irrevocable como en la convicción de que va a ser derrotada en las urnas.

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