Morante, entre la épica y el sosiego

"En un mundo que exige siempre más, Morante ha decidido ser menos: menos visible, menos disponible, menos personaje"

Entrevista a Morante de la Puebla: “Cuando salgo a torear intento pensar que no tengo donde caerme muerto”

Morante: la espiga y la muleta

Morante de la Puebla contempla el centro de Sevilla desde una ventana.
Morante de la Puebla contempla el centro de Sevilla desde una ventana. / Juan Carlos Vázquez

11 de diciembre 2024 - 03:05

Es curioso cómo los grandes personajes se vuelven todavía más magnéticos cuando se apartan de la escena. Morante de la Puebla, que en los ruedos es la quintaesencia de lo inesperado, ha decidido ser coherente consigo mismo y trasladar esa imprevisibilidad a su vida. Ahora no es el torero, sino el viajero, el espectador cautivado por las maravillas del arte y la historia. De Venecia a Roma, de las cúpulas doradas de San Marcos al Coliseo, José Antonio Morante Camacho se da permiso este otoño para mirar, para absorber, para existir sin las demandas de la arena.

¿Se puede ser torero sin capote? ¿O más aún, se puede vivir el arte sin la obligación de crearlo? Quizás Morante esté encontrando ahora la respuesta mientras pasea por Piazza Navona o recorre Estambul, donde Oriente y Occidente se abrazan en mosaicos que cuentan historias de siglos. Es fácil imaginarlo allí, con su porte de caballero antiguo, observando el mundo con la misma mirada con la que en la plaza mide al toro: entre el asombro y la resolución.

Y sin embargo, hay algo profundamente humano en este Morante viajero que muchos parecen olvidar. Más allá del torero hay un hombre que lleva años batallando con demonios internos, con una fragilidad que no se ve desde el tendido, pero que pesa como una losa. Que el artista se sobreponga cada tarde a esa lucha no hace que sea menos dura, aunque su arte embriague al punto de pasar por alto su humanidad.

Por eso, su decisión de desaparecer del ruedo –al menos por ahora– no es solo sabia, sino profundamente valiente. En un mundo que exige siempre más, Morante ha decidido ser menos: menos visible, menos disponible, menos personaje. Mientras algunos anhelan con ansias su regreso, parece que él, por primera vez en mucho tiempo, no tiene prisa. Como Belmonte, aquel torero filósofo que supo encontrar en los viajes y la cultura un refugio del peso de su leyenda, Morante se toma el tiempo para ser José Antonio, para curarse, para existir sin exigencias.

Quizás, en esta pausa, se geste algo aún más extraordinario. Porque Morante nunca ha sido un torero común. Su tauromaquia, que ya es un caleidoscopio de lo exquisito y lo sorprendente, podría volver de estos viajes con un aliento fresco que solo da el tiempo y la distancia.

Por ahora, dejemos que viaje, que contemple, que sea. Y si algún día decide volver, que lo haga sin avisar, como un relámpago que sacude la tarde. Hasta entonces, no le pidamos al torero lo que el hombre aún no puede dar. Y agradezcamos, por una vez, que el arte se tome su tiempo.

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