Cómo muere la democracia

17 de mayo 2024 - 01:00

Debola lectura del libro Cómo las democracias mueren, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, a mi amigo el científico David Pozo Pérez. Es un libro que sorprende porque tratándose de un ensayo sobre la situación política en los USA y la decadencia de su ambiente democrático, literalmente, se podría trasponer a nuestro país casi con nombres y apellidos.

Resumamos: cuando el republicano Nixon se vio obligado a dimitir en 1974, algo había cambiado las relaciones institucionales; a comienzos de los 80 su correligionario Newt Gringrich redefinió la política llamándola “cosa de guerra”, y acuñó la idea de que el poder (la victoria) era un objetivo que sólo quienes más “bajas” causaran habrían de ganar. Se dedicó a enviar cintas de audio con palabras negativas incluyendo “patético”, “enfermo”, “estrafalario”, “traidor”, “antipatriota”, “antibandera”, “traicionero”, con la orden de ser usadas en los debates para calificar a los contrarios o a sus actos.

Él no creó la polarización, fenómeno complejo en tantos sentidos, pero transformó la suposición de buena voluntad en los oponentes en algo malo e inmoral. Se me ocurre mirar en internet insultos frecuentes a... felón, ilegítimo, ilegitimo, mentiroso compulsivo, ridículo, adalid de la ruptura, irresponsable, incapaz, desleal, ególatra, chovinista del poder, rehén, escarnio, incompetente, mediocre, okupa...

¿Cómo reconocer el autoritarismo peligroso?: Rechaza, en palabras o actos, el resultado del juego democrático; niega la legitimidad de sus oponentes; tolera o incentiva algunas acciones violentas; muestra voluntad de acortar o controlar a lo contrarios o a los “media”. Los partidos prodemocráticos deben evitar que gente así les crezca dentro, evitando dar curso a sus posturas, rechazando alianzas con otros grupos de ese estilo y aislándolos sistemáticamente, uniéndose para la defensa de la democracia si en última instancia consiguieran un porcentaje grande de votos.

La agenda ultra no se impone en la batalla parlamentaria sino a través de la propaganda y la demagogia en la calle; no tiene un programa real, su objetivo es ser preferible a la “maldad” del gobernante en ejercicio, y eso es un engaño que se consigue manoseando y erosionándolo todo; el voto libre y la separación de poderes son garantía suficiente, pero se desliza la idea del “pucherazo” aunque después se gane por mayoría absoluta, caracterizar al enemigo justifica una defensa. Los partidos que hacen esto son literalmente antisistema.

Lógicamente Donald Trump es objeto directo de análisis y desmontaje en este libro, sin olvidar cómo el Partido Republicano ha ido cediendo su territorio democrático a organizaciones y oscuros personajes que han ayudado a ganar elecciones pero han destruido la convivencia polarizando hasta el enfrentamiento a la ciudadanía. Es fácil ver la alargada sombra de Steve Bannon en el conservadurismo español.

Echo de menos, como en todo lo académico actual, ideas pragmáticas, me refiero a un análisis no sesgado del capital y sus reglas. El mercado manda, de acuerdo, la política debe corregir sus desmanes; sin una distribución justa del bienestar no es posible la convivencia, el libro recuerda cómo históricamente se desmontó la virulencia marxista a través del Welfare State. El diálogo entre el poder inversor y la fuerza de trabajo es la esencia de un sistema, si no justo, al menos que no sea criminal.

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