La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Postrimerías
Con apenas una semana de diferencia, dos regalos imprevistos nos han devuelto a la épica de Virgilio, asociada para siempre a los días de principios de los noventa en los que no nos separábamos del tomo verde de los Opera en la trasegada edición oxoniense. El primero es la dedicatoria por parte del autor, Luis Alberto de Cuenca, de uno de los “poemas del mundo clásico” que aparecen en su próxima antología, Los dedos de la Aurora, seleccionados por Luis Miguel Suárez y seguidos de un epílogo de Victoria León donde la traductora y poeta, buena amiga de Luis Alberto y excelente conocedora de su obra, afirma con razón que su poética es una de las más desprejuiciadas y libres de nuestro tiempo. Se trata del titulado Tempestad, como aquella revista casi homónima de los mismos años, pertenece a su poemario Después del paraíso y comienza con un hexámetro del libro primero de la Eneida, traducido en verso alejandrino: “Sobre el inmenso abismo nadan, raros, los náufragos”, eco de un original que según dice el poeta “resume de manera inmejorable / la esencia de una horrible tempestad, / el sonido y la furia de los vientos / al levantar la falda de las olas”. La irreproducible métrica latina, basada en la cantidad, es decir en la alternancia de sílabas largas o breves, marca el ritmo del verso a través de los golpes o ictus que acompañaban el recitado, una música milenaria que aún resuena en las aulas donde los fieles transmiten la lección de los antiguos. El segundo regalo, del querido amigo Manuel Urbano, es una hermosa edición de la misma Eneida publicada por Montaner y Simón en 1911, que ofrece la ya clásica traducción en prosa –primera versión moderna, decían los estudiosos, originalmente aparecida en las beneméritas prensas de Rivadeneyra, en 1869– de don Eugenio de Ochoa con las evocadoras ilustraciones de Wal Paget, recreador también de los poemas homéricos. Discípulo de Alberto Lista e introductor de las ideas del romanticismo en España, de la mano de autores como Walter Scott o Victor Hugo, el académico y político isabelino es en tanto que escritor o erudito un nombre bastante olvidado, pero sus versiones de Virgilio –tradujo también el resto de sus obras– han sido muchas veces reimpresas y su limpio castellano puede seguir siendo leído y disfrutado sin dificultad, sumando al encanto específico de los poemas el de una prosa decimonónica que ha envejecido muy dignamente. “Vense algunos pocos nadando por el inmenso piélago”, dice en sus palabras el hexámetro citado, y la imagen podría valer para aludir a lo que –los adjetivos raro y poco son sinónimos en parte– va quedando del humanismo después del naufragio.
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