
Confabulario
Manuel Gregorio González
O tra vez el wolframio
La colmena
Dice el autor de El odio, el polémico libro que acaba de publicar Anagrama contando la historia de José Bretón, que se ha enfrentado al asesino, al responsable del espeluznante crimen con que todos nos conmocionamos en 2011, impulsado por un interés “antropológico o humano, casi metafísico”. El escritor se justifica evocando la grandeza de Truman Capote en A sangre fría, la editorial se justifica sin explicar cómo se puede abordar un proyecto con tales implicaciones sin informar si quiera a la madre que perdió a sus pequeños y hasta el juez justifica su decisión de no paralizar la venta del libro porque no tiene datos suficientes para evaluar en qué grado entra en conflicto el derecho a la libertad de expresión (la creación literaria) con el derecho al honor e intimidad de las víctimas.
En resumen: tres años conversando con un asesino narcisista que nos abrió a todos los ojos sobre la extrema crueldad de la violencia vicaria (dice que está “muy solo” en prisión y que el proyecto le “entusiasma”), una editorial que desarrolla todo el trabajo a escondidas (¿así se evita tener que abandonar como ocurrió por ejemplo con la serie que quería recrear el asesino de Gabriel Cruz, el Pescaíto?) y opiniones legítimamente encontradas ante un dilema que pone el respeto a las víctimas, su revictimización, frente al riesgo de censura. Es un caso complejo que no podemos simplificar desde el blanco y negro.
Basta poner en la balanza a quienes analizan las derivadas del conflicto de derechos fundamentales desde un punto de vista constitucional frente a los psicólogos y psiquiatras que evalúan si las confesiones de alguien como Bretón podrían servir para identificar patrones de violencia en casos tan extremos. De un frío asesino, no de un “enfermo mental”, como ya se tuvo que acreditar médicamente cuando fue juzgado tras arrebatar la vida de sus dos pequeños, Ruth y José, para hacer daño a su ex mujer.
El magistrado ha rechazado tomar medidas cautelares pero el proceso sigue. Ojalá pudiéramos volver atrás: para que ningún escritor diera voz a un asesino, para que ninguna editorial diera soporte al proyecto. Pero hoy, haga lo que haga el juez, todos nosotros podemos tomar partido haciéndolos fracasar. Es nuestro poder. Si llega a las librerías, no lo compren, no lo lean. No elijan morbo y sufrimiento; elijan valores y dignidad.
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