No queremos reyes

Crónicas levantiscas

LA esencia de la democracia estadounidense se resume en la frase que se ha coreado este fin de semana en las manifestaciones convocadas contra Donald Trump: “No queremos reyes”. Nacida de una revolución contra un rey inglés, la democracia americana recogió de la república romana su aversión por las monarquías absolutas, de ahí su sistema de pesos y contrapesos y el complejo equilibrio institucional que guardan Estados, Casa Blanca, Senado, Cámara de Representantes y Tribunal Supremo, todo construido para que nadie sea más que nadie. No queremos reyes es gritar lo mismo que no queremos poderes unipersonales, pero como en Roma las obligaciones del extenso imperio han puesto en peligro ahora a la propia república, Trump es un César sin victorias militares, sin conocimiento de las leyes y sin cultura helenística.

Una parte de Estados Unidos, digamos que la mitad, teme que Donald Trump se haya convertido en un autócrata. Su deriva autoritaria traspasó la frontera de la dialéctica cuando alentó el asalto al Congreso, y a su vuelta, hay agentes federales que detienen a activistas propalestinos en plena calle para expulsarlos del país, se obliga a rectoras como la de Columbia a dimitir para rendir la universidad, se exige a los investigadores que dejen de mencionar términos problemáticos como el cambio climático para no perder ayudas públicas y se envían a personas a cárceles de El Salvador sin el proceso debido.

La crítica que Trump hizo a uno de los jueces que ha puesto en duda los traslados a las prisiones de Bukele se enmarca en un puro razonamiento cesarista. ¿En cuántos Estados ha ganado usted, señoría? ¿También le ha votado la mayoría de los norteamericanos, señor juez? Si los tribunales no le dan la razón, ya se la dará el pueblo – recurso supremo del populista– y será a ese mismo pueblo a quien invoque cuando intente forzar la Constitución para presentarse a un tercer mandato.

Cuando pierda, porque la perderá, la mayoría de la Cámara de Representantes en las elecciones de mitad de mandato, la Casa Blanca también pondrá en duda la legitimidad de los congresistas y será entonces cuando se ponga a prueba la secular fortaleza de la democracia norteamericana, tan amenazada ahora desde su interior como lo estuvo durante la Guerra de Secesión. Sólo que ahora es imperio.

stats