La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Hace solo unos días hemos conocido los ganadores de los prestigiosos premios Nobel. Uno de ellos, el de Medicina y Fisiología, lo ganaban este año dos investigadores, Victor Ambros y Gary Rubkum, por su descubrimiento de los microARN, moléculas que desempeñan un importante papel en la regulación génica.
Desde 1901, 227 personas han recibido este premio, de ellas, solo 13 han sido mujeres. La academia publicaba un mensaje donde felicitaba a Ambros por el galardón en su red social X:“Enhorabuena a nuestro premiado de 2024 Victor Ambros. Esta mañana lo ha celebrado con su colega y esposa Rosalind Lee, que además fue la primera autora del estudio de 1993 en Cell, citado por el Comité del Nobel”.Este mensaje desató en dicha red una serie de comentarios sobre la autoría del trabajo, ya que Rosalind aparecía en primer lugar en la lista de autores. Sin embargo, su marido firmaba como último en dicha lista, una posición a la que se suela referir comúnmente como “autor de correspondencia”. Consultados algunos investigadores, con los que tengo la suerte de mantener contacto, como los doctores Carmina Michán, Darío Lupiáñez o Carmen Infante, me aclaraban, que “el autor de correspondencia suele ser el jefe del grupo de investigación, autor intelectual que lidera el estudio y que es responsable de la publicación del mismo, apareciendo su nombre, la mayor parte de las veces, en último lugar”. Es también el encargado de obtener los fondos necesarios para la investigación. Por tanto, un jefe de grupo publica sus artículos con diferentes primeros autores que pasan por el laboratorio que dirige y que adquieren su formación científica, dentro de dicho grupo. Rosalind Lee forma parte del grupo de Ambros y, por todo ello, no parece lógica la polémica ocurrida tras la concesión del citado premio.
Sí es cierto que, de forma histórica, estos premios son predominantemente “masculinos”. Lamentablemente todavía, como me recuerda Carmina, “poquísimos jefes de grupo son mujeres; llegamos más tarde a los grados más altos de responsabilidad, por causas familiares y por un cierto machismo intrínseco”.
Ambros y Rubkum describieron por primera vez el mecanismo de los microARN en un pequeño gusano, de no más de mil células, el Caenorhabditis elegans, muy usado en los laboratorios de Genética y Fisiología y con el que compartimos un 65% de nuestro ADN. Estos microARN no ejercen el papel habitual del ARN mensajero, que es trasladar la información escrita en el ADN desde el núcleo celular al citoplasma, para allí ser traducida por los ribosomas y fabricar una proteína. Su papel es bloquear a determinados mensajeros, regulando así la producción de algunas de esas proteínas. En las regiones intergénicas, se encuentra la información para sintetizar estos microARN. Actualmente, numerosos grupos de investigación han hallado su implicación en enfermedades de todo tipo, incluidos varios tipos de cáncer.
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