El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
El médico me manda que no vea más las noticias. Vaya mierda de mundo que dejamos a las generaciones venideras, eso sí que es un fracaso, el mundo no es igual que el que recibimos: es mucho peor en todos los sentidos. Para mí, la falta de un contrapeso ideológico al extremoliberalismo neocón es la causa. Yo, que jamás habría apoyado nada del modelo de la URSS (casi tan capitalista como la China actual), veo que la Caída del Muro de Berlín provocó la avenida de falso capitalismo que alagó la Tierra suprimiendo uno de los factores principales para la existencia de una economía: al consumidor y su bienestar, condicionante de la estabilidad y el beneficio sostenible. Estos falsos liberales, antes conocidos como esclavistas o sátrapas, promueven una economía en la que el producto no existe, sino que el beneficio proviene de la explotación pura y dura; modulándola cambia la ganancia: hagan sus cuentas y no necesitarán estudiar Economía para ser Ministras.
Una izquierda de pacotilla, incapaz de entrar en las estructuras, incapaz de mantener el discurso del Humanismo y la Cultura, el único que salva a las clases sometidas, centrada en lemas e imagen, pierde la partida cediendo su territorio al neorreaccionarismo, ese nuevo nazismo que sustituye el antisemitismo con la xenofobia. Nuestros nuevos nazis se sienten bien porque no matan con gas Zyklon B, eso les ayuda a pensar que las políticas de Meloni y sus campos de concentración son no acertadas sino las únicas viables. No existe una acción clara de la izquierda que beneficie a la mayoría penalizando el beneficio desmesurado del capital, por mucho que se lamenten por sus váteres de oro; si una mayoría apoyara la acción gubernamental, amparada por la Constitución y la Ley, la izquierda podría... pero está ocupada esa cosmética importante pero insustancial.
Marx ya señaló, gran acierto, que las ideologías son la sombra del foco económico. Se impone, en esa lógica autodestructiva del beneficio radical confundido con la libertad, la guerra. Todo lo de la patria, la seguridad, la autodefensa... son subterfugios para no revelar la realidad: las víctimas de las guerras tienen pérdidas atroces, los promotores atisban la posibilidad de conservar lo poseído y de un beneficio. No hay una guerra “pura”, sin intereses estratégicos, políticos y económicos, y las víctimas mayoritarias son esos desgraciados indiferentes, aunque las disfracemos.
Por eso la obligación pragmática de un Gobierno es evitarla como sea, la negociación cueste lo que cueste, ningún precio es equiparable al sufrimiento y las vidas; no hay locura peor que el belicismo, porque es una esquizofrenia que lleva a no ver la realidad del horror, sólo económica, cubriéndola de supuestos valores heroicos ineluctables; Israel está construyendo el odio de sus enemigos futuros, eternos; el Capital siempre gana, si no no invierte en la guerra. Irreparable es la muerte, todo lo demás tiene remedio, y esta máxima debería valer no sólo para las vidas vulgares, también para los países.
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