La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Si durante mucho esta expresión significó distracción o falta de concentración en lo que se hace, hoy en día una nube ya no es sólo esa condensación de agua suspendida en la atmósfera, que puede presagiar lluvia. En la era digital en la que vivimos, es una plataforma de almacenamiento de datos e información, que se encuentra en la incorpórea web. Para quienes tenemos una educación aferrada a lo físico, incorporar a nuestro diccionario mental este tipo de entelequias resulta una cuestión a camino entre el asombro y la fe.
Lo cierto es que Google me dice constantemente que apenas me queda espacio libre en mi nube y me anima a contratar algunos servicios para hacer ilimitado ese territorio fantasmal del que, no obstante, surgen fotos, textos, noticias, correos, conversaciones. ¿Quién se resiste a perder aquella imagen de aquel día inmemorial? ¿Cómo dejar en el olvido aquellas cartas, vía correo electrónico, que compartiste con amistades o colegas? ¿Y qué decir de los cientos de contactos que, aunque no uses de forma habitual, ahí tienes por si algún día necesitas, un poner, alguien que te arregle la lavadora?
La realidad es que la nueva nube ha acaparado tal cantidad de documentación sobre nuestras vidas, que llega a tener el control de multitud de aspectos indispensables de las mismas, porque todo este universo que llamamos internet se ha hecho carne en el teléfono móvil. Desde este pequeño aparato y usando inteligentes artilugios, visibles e invisibles, tenemos acceso a casi todo lo que importa: la salud, la cuenta bancaria, los contratos de suministros, los seguros, las compras, los colegios de las niñas, las multas de tráfico, la declaración de la renta…
Esto conlleva un manejo que no es compatible con las mentes analógicas, por muy “intuitivo” que sea el proceso y con la artrosis de manos que afecta a gentes ya de cierta edad, a quienes los dedos se le han endurecido y engordado y no atinan con las opciones idóneas, en el minúsculo espacio de unos milímetros, donde elegir la opción correcta. Ese lugar donde se dirime tu futuro y, por tanto, donde se te condena a la inexistencia como ciudadana y como ser social.
Sin saber con certeza lo que hacemos, igual concertamos un viaje a Transilvania, que dejamos de pagar la cuota del gimnasio; borramos decenas de nombres con sus números y direcciones, que aceptamos amistades de extraños perfiles en las redes. Yo, de poder elegir, preferiría estar en la luna de Valencia. Aunque, tal vez, siguiendo al negacionismo, me ponga la vacuna contra la gripe, con la esperanza de que me implanten un chip y que el sistema ya haga de mí lo que quiera, abiertamente, sin disimulo.
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