Ojo del muelle
Rafa Máiquez
Ya tenemos el lío formado
Brindis al sol
Estas últimas décadas, cada vez que la democracia y la trayectoria política española experimentaban algún tropiezo, ese sobresalto lo amortiguaba saber que, vigilante y maternal, estaba Europa. Un ente, a la vez concreto y abstracto, al que los españoles –recién llegados a la democracia, tras vergonzosa dictadura– habían elegido ángel tutelar (pero no guerrero), convertido en referencia de un tipo superior de vida. Europa no era una nación de la que pudieran recordarse agravios ni rivalidades y encarnaba valores e ideales que, en el pasado, los españoles también habían contribuido a forjar. Era una meta a la que España acababa de llegar, pero muchos de sus habitantes la buscaban desde siglos atrás. Ejerció de estímulo y guardián, y al someterse a sus estrictos reglamentos, decididos en Bruselas o en Estrasburgo, España obtuvo una confianza y seguridad que le permitió ser reconocida como un país libre, productivo y moderno. Además, para los españoles más escépticos sobre el desarrollo de su democracia, ante cualquier traspiés interno, existía una garantía exterior a la que acudir. La presencia de una Europa al alcance de la mano ha permitido, hasta ahora, dormir a los españoles más tranquilos. Sin embargo, esta encomiable situación empieza a cambiar, precisamente cuando los asuntos políticos internos de España ofrecen su peor cara desde el ingreso en la Comunidad europea. Ésta muestra fisuras y pérdidas ostensibles de unidad al lidiar con los nuevos problemas que la asedian. Y, con conocimiento de causa, algunos de sus dirigentes proclaman que Europa se enfrenta ya, en estos días a un trágico “desafío existencial.” Puede incluso que su productividad económica se mantenga y asimismo el auge de sus mercados, pero están en crisis la creencia en sus ideales y la voluntad unánime de respetarlos. Que era, al fin y al cabo, lo que provocó que Europa surgiese. ¿Cómo ha podido resquebrajarse un edificio que daba tanta seguridad a todos a los que cobijaba? Habrá varias causas, pero la más palpable, en este último rapto, quizás sea el regreso de unos políticos locales y oportunistas que ante serios problemas, siempre venden como receta que, para solucionarlos, basta con retornar a mirarse en el propio ombligo. Y siempre hay quienes los creen y siguen. Además, por desgracia para Europa, España aporta últimamente uno de los más tristes ejemplos de esta nueva enfermedad infantil del ombliguismo. Y, para mayor desgracia aún, se transmite con el consentimiento del partido socialista en el poder.
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