La otra orilla
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Son días de luto nacional, luto de BOE, y se cancelan en los rincones de la España que llora los actos oficiales y festivalillos municipales que se llenan de criaturas con una tradición de customización que no nos pertenece. La popularidad del dulce empalagoso y el toquecito en la puerta han eclipsado aquí el fondo verdadero de estas fechas: la honra a todos los santos, que son hoy, con la evolución del catolicismo, nuestros muertos.
Hay estos días muertos que honrar y hay, en este mismo momento, muertos que todavía encontrar. Hay un cementerio inaccesible aún, que es el lodazal, y hay entre frondoso ramaje y aluminio amarronado cuerpos enterrados, sí, pero sin enterrar. Termina esta noche este luto de sello administrativo, pero continúa el luto verdadero, que no lleva membrete ni se barrunta en banderas a media asta, sino en la casa destruida y la metafísica del alma. Los seguros y el cemento maquillarán lo primero, y el amodorrado recuperará, al fin y al cabo, el sofá. Pero solo el tiempo podrá contribuir a que este luto abstracto remita y sacuda cada vez menos los rincones ignotos del espíritu.
Se suceden en Valencia los programas especiales y le ponen estos días los cronistas literatura a la desdicha. Esta desgracia tiene ya cara de efeméride, y las redacciones cuentan para los próximos años con algo sobre lo que gastar tinta. Tal vez se haga un documental y entren a batallar Netflix y Amazon porque lo malo da dinero sin parar. Un librito, quizá. Una exposición fotográfica con buena voluntad. Porque la tragedia es ya inolvidable, nunca, jamás, nadie la podrá borrar.
Y, sin embargo, hay algo de reconfortante en toda esta barbarie natural, un interregno de crispación que no pocos se empeñan en destrozar. Surge de entre el barro una mano que agarrar, hay un hombro que se arrima para sobre él sus lágrimas derramar. La casa ilesa transforma el dueño para el extraño en hogar y el solidario abandona la cómoda alcoba para de lodo su rostro manchar. Los trastos llegarán, es inútil dudar, y como buenos españoles tiraremos a dar: izquierda y derecha de los muertos se responsabilizarán; no es el momento ahora, no, pero lo será. Sin embargo, el espíritu de Valencia para siempre resonará, el ejemplo de un pueblo que ni llorando paró de trabajar. La política el tanto de todo esto se pretenderá anotar, y utilizarán a víctimas que intentarán categorizar. La sumisa a su discurso, sí, a esa tendrán que contratar; a la independiente, la que molesta, a esa no, ni hablar. Será esta alma libre la que con más dignidad el luto llevará, libre de actos oficiales y los dedos del político que todo consigue enfangar. Valencia rabia, llora, sueña, dice, grita: nunca más.
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