El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
En los 70, cuando el franquismo agonizaba y la portuguesa Revolución de los Claveles trajo un soplo de aire fresco a una península ibérica en blanco y negro, D. Lapierre y L. Collins publicaron ¡Oh, Jerusalén! Pretendían trasladar al gran público una visión objetiva del conflicto palestino-ísraelí, el mismo objetivo que primó para impedir que fuese llevada al cine hasta 2006, tras haber rechazado guiones que creían parciales de Costa-Gavras y otros grandes.
La novela trata el nacimiento del moderno Estado de Israel, en 1948, y del origen del problema de los refugiados palestinos. Sus autores resistieron presiones partidistas, como la de olvidar la matanza por terroristas judíos del Irgún y del Leji, en Deir Yassin (9-IV-1948), de más de cien palestinos.
La novela funciona muy bien y traslada una visión amplia de la problemática generada por la difícil convivencia de dos comunidades deseosas de establecer sus estados al final del Mandato Británico de Palestina. Pero, como se lamentaba Lapierre, “la dimensión divina del conflicto lo complica todo”.
Publicar este libro en 1971 fue todo un atrevimiento. Acontecimientos cercanos habían convertido al conflicto en primera página de los periódicos, en un contexto de Guerra Fría y equilibrio del terror nuclear preocupante, ya que unos y otros se mataban con armamento soviético y occidental.
En junio de 1967, tras la retirada de las fuerzas de la ONU, Israel inició la guerra de los Seis Días, ocupando la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, los Altos del Golán y la península del Sinaí, lo que provocó un éxodo de refugiados palestinos. El anterior ocurrió en 1949, al final de la primera guerra, que expulsó a 1,7 millones de personas: 750.000 palestinos del nuevo Estado de Israel (al-Nabka o desastre palestino), 600.000 judíos de los países árabes en los años siguientes y unos 300 000 que salieron con destino a Europa o América.
La resolución 242 de la ONU de 1967 fijó el acuerdo de paz por territorios. Israel debía entregar los que había ocupado y los Estados árabes reconocer el derecho de Israel a vivir en paz, lo que se convirtió en papel mojado. El conflicto permaneció vivo en la “guerra de Desgaste” (1967 a 1970), justo antes de salir la novela, que sería seguida por la guerra del Yom Kipur o del Ramadán (1973).
El resto es bien conocido, desde la masacre de Hamas del 7 de octubre de 23 al genocidio judío en Gaza y a sus duras acciones contra Hezbolá y Líbano, agitando un avispero iraní que sorprende por su moderación… hasta ahora.
Como escribía con primor González Alcantud en estas páginas hace unos días, Netanyahu ha arruinado el capital piadoso que suscitaba el Holocausto, el ethos culposo de la Humanidad para con los judíos.
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