El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
Me dijo: “Chío, no te preocupes, que este ojo lo ve todo. Sé ir sola y sin ayuda”. Y así fue, por más tiempo del que nadie hubiese podido imaginar. Su tesón, su hambre de crecimiento y su pasión por la vida la convirtieron en esa persona a la que nombro cuando quiero poner un ejemplo de superación.
Ana, que así la llama su madre, es linense de pura cepa y ama el mar. Es cariñosa, competente, noble y sin dobleces. Entiende cómo funcionan los procesos del interior, esos que te destruyen, pero, a la vez, te reconstruyen el alma. Desde cero. Como si volvieses a nacer.
Y, de este modo, renació. Con 24 años. Con toda una vida por delante, perdiendo la que la había llevado hasta ese instante. Hasta esa intervención donde perdió la visión de un ojo. Donde la vida le puso un sinfín de obstáculos para seguir, pero ella empuñó su armadura y salió al campo de batalla como una auténtica gladiadora. Venciendo sus miedos. Limando sus creencias. Rompiendo patrones.
Ana perdió la visión total de un ojo a causa de una negligencia médica en una operación de miopía, teniendo que cambiar cualquier plan que tuviese a corto o largo plazo. Además, el ojo “no dañado” sí que lo está, pero es el que le aporta ese rayito de luz para seguir en pie.
Ana no ha podido conducir, o trabajar donde más le gusta. Ha tenido que adaptarse y sigue haciéndolo, aunque ya hayan pasado más de veinte años de aquel día en que su escala de valores cambió para siempre.
Cuando pienso en ella me pregunto: ¿De verdad tenemos problemas? ¿O tenemos pocos, pero nos gusta vivir en la continua queja? Supongo que las preocupaciones de uno mismo son los más importantes y no hay que restarles valor, pero es cierto que Ana me ha enseñado a dimensionarlos. A darle el poder a lo que realmente es necesario y quitáserlo a lo que no lo es.
Me ha mostrado cómo caminar entre tinieblas y cómo sobreponerme a los impedimentos que la vida, o incluso yo misma, me pongo en el sendero. A ser despreocupada en ocasiones y a dramatizar en otras. A no importarme lo que los demás piensen de mí y a hacer lo que quiero, sin faltar el respeto a nadie, en cada situación que se me presente. No sé… Ana me ha ayudado a ser mejor y a ser quien yo quiera ser.
Ojalá la vida la recompense por todo lo que hace sin darse apenas cuenta. Solo hablar de su historia me hace recapacitar sobre lo verdaderamente importante y me da fuerzas cuando siento que todo está perdido. Porque mi amiga, mi parSSera, me ha revelado el secreto de cómo ser luz en plena oscuridad.
Gracias por todo, Cachi (así la llamamos sus amigos).
También te puede interesar
El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
Quousque tandem
Luis Chacón
La tradición del discurso
Brindis al sol
Alberto González Troyano
Los otros catalanes
Contraquerencia
Gloria Sánchez-Grande
Las Palomas, de segunda a tercera
Lo último