El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La primera Olimpiada de la que tengo conciencia es la de México 68. Fueron los primeros Juegos televisados a todo el mundo y los que, entonces, tenían el televisor adecuado (que no eran muchos) pudieron verlos en color. La condición de México como país subdesarrollado y la altitud de su capital (2.440 m.) despertaban dudas sobre su capacidad organizativa y su posible influencia negativa en la salud de los deportistas. Sin embargo, en ambos aspectos los Juegos fueron todo un éxito, tanto en novedades tecnológicas como en el rendimiento de los participantes.
El atletismo, el deporte por excelencia de una olimpiada, no en vano, fueron competiciones atléticas las primeras pruebas que se realizaron en la villa griega de Olimpia junto al santuario de Zeus en el 776 a.C., fue la disciplina más favorecida por ambas circunstancias. En México un revolucionario material sintético elaborado con asfalto, caucho y resinas por la casa 3M, sustituyó a la tradicional pista de ceniza. Le llamaron tartán (a pesar de su sede en Minnesota, los de 3M recurrían, a menudo, a referencias escocesas para sus productos: tartán es el tejido de su famosa falda y a su mundialmente conocido estropajo le denominaron scotch-brite) y a la vez que hacía más rápida la pista, prevenía las lesiones. Gracias a las bondades del tartán para con músculos y articulaciones y al hecho de que la altitud lejos de ser un hándicap se convirtió –por el menor peso del aire– en una excelente aliada de velocistas y saltadores, se batieron la friolera de 22 plusmarcas mundiales (recogidas por primera vez –gracias a Omega– hasta las centésimas y reflejadas en marcadores electrónicos).
Sin embargo, fueron las hazañas de dos atletas las que asombraron al mundo tanto que sus ecos aún perduran en las crónicas atléticas. Bob Beamon superó en su primer salto y nada menos que ¡por 55 cms! el récord mundial de longitud con un salto de 8,90m. Al no alcanzar esa distancia la regla de medición óptica, los jueces tuvieron que recurrir a una cinta métrica para medir el salto y debido al desconocimiento del atleta del sistema métrico, durante un buen rato no tuvo nada claro la magnitud de aquella marca que tardaría 23 años en ser superada y, aún hoy, sigue siendo récord olímpico y segunda marca mundial. Dick Fosbury era un espigado joven de Oregón que practicaba el salto de altura y que sorprendió a todos ¡saltando del revés! Entraba de espaldas al listón en lugar de hacerlo de frente con la clásica técnica del rodillo ventral. Se puede decir que Fosbury estuvo en el lugar correcto y en el momento oportuno ya que ganó la medalla de oro con un salto de 2,24 y dio a conocer al mundo una técnica que lleva su nombre: Fosbury-Flop, utilizada desde entonces por todos los saltadores. Para suerte de Fosbury fue también en México 68 donde por primera vez se usaron en la recepción de los saltos las colchonetas de espuma en lugar de los pocos fiables montículos de arena o serrín.
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