El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
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En blanco y negro
Voy a compartir un secreto: es falso eso de que solo se van los mejores. También se mueren muchos sobre los que existían fundadas dudas en torno a la procedencia de la mitad de sus genes, pero a esos no les echamos de menos. Lo malo es que se nos están marchando balonos con pedigree. De esos recalcitrantes, que es como debe ser un buen balono. A los que hay que perdonarles incluso cuando se les va la mano y te faltan el respeto por algo que escribiste. Y es que si algo tengo claro desde que mi padre, Carlos Almagro, y Pepe Maldonado me llevaron de la mano con apenas dos años al estadio (cuenta la leyenda que en un partido con el Villanovense, que tampoco es que se estiraran mucho) es que una vez la Balona anida en un espíritu... ya no hay vuelta atrás.
Conozco a decenas de personas que cambiaron de pareja, de religión, de ideología, de partido político (algunos varias veces) y hasta de orientación sexual. Pero ni uno, ni uno solo, al que le metieran el veneno del blanco y negro por las venas que haya prostituido todo lo que eso significa. Que como nos repitió hasta la saciedad Gabriel Navarro Baby, va mucho más allá de un resultado. No deja de resultar curioso que lo hiciese precisamente un algecireño. O igual no tanto, porque el sobrenombre de Recia es producto de la inigualable pluma del maestro Reinaldo Vázquez.
Es fácil imaginar que Juan Macías Simavilla (Juan Domingo, como firmaba en Área) llegó el sábado al palco infinito que debe haber allí arriba para ver los partidos de la Balompédica más preocupado por el duelo con Unionistas que con todo lo que dejaba atrás. Porque él no entendía el mundo sin su Balona. Como debe ser. Por ese acceso, me cuentan, no abre la puerta San Pedro. Lo hace Antonio Belizón. Le sobran los motivos. Y si tiene que irse un ratito le deja las llaves a Alfredo Gallardo, Paco Becerra o Juan Machado, que aún están aprendiendo el oficio, supervisados por Juan Sabán, Paco Medina, Domingo Ferrá, Guillermo León y Cristóbal Becerra.
Juan Domingo, que aprovecharía para convencer a alguno de que este año más que nunca hay que ir a la Romería de la Inmaculada Peregrina sí o sí, se sentó, seguro, a ver el disgusto del Reina Sofía junto a Antonio Corrales, Cristóbal Lobato y Ramón Parrón, que literalmente se dejaron la vida por este equipo. En la misma zona que estaba Paco Moral -que a poco que le dejen te monta una excursión al Purgatorio-, Juan Kondomal, Antonio Cámara, Luis Manciño, Manoli Piñero, Antonio García Calvo, El Afilaor... En el otro lado Rafa Boza, José María Conejo y Benigno Gómez quejándose de que donde les han puesto no se ve bien el campo y no pueden transmitir. Como si allí no hubiese sitio, puñetas.
Abonados de nuevo cuño de esa Tribuna sin límites son Antonio Molina, Antonio Moreno (padre) y Evaristo El Gallo, que se han unido a esa interminable lista de hinchas anónimos que no por no salir tanto en los papeles eran menos importantes. Cada balono es un patrimonio. Y cada uno que se marcha deja un vacío.
Ahora hace falta que todo eso lo comprendan los que residen en vestuarios. Lo que está en juego no es solo una categoría. Es algo que trasciende a lo tangible.
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