
Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De lección
Todo fallecimiento de un Papa tiene una enorme importancia, ya que no solo la Santa Sede es cabeza de una de las religiones más extendidas en el planeta y con mayor número de fieles, sino que es también un Estado, sujeto de derecho internacional, que a pesar de su minúsculo territorio (posiblemente uno de los países más pequeños del mundo) ejerce una enorme influencia en las relaciones internacionales. Cuando en 2013 el Papa Francisco asumió su cargo en Roma, en sus primeras palabras afirmó que parecía que habían ido a buscarle al fin del mundo. Desde Pedro, originario de Palestina, el 95% de los 266 papas que ha habido desde el siglo I han sido de origen europeo; y casi el 80% de origen italiano. Solo 12 pontífices, incluido Francisco, provenían de un continente distinto. Con todo, lo realmente significativo del Papa Francisco no ha sido solo su procedencia geográfica sino el enfoque decididamente disruptivo de su papado. Quisiera destacar en esta columna dos características especialmente significativas desde mi punto de vista.
En primer lugar, su firme compromiso ambiental y su decidido compromiso en la lucha contra el cambio climático. Su primera encíclica con el título de Laudato si de 2015 estaba dedicada a defender la necesidad de proteger el medio ambiente y a afirmar la necesidad de lucha contra el cambio climático. Tiene el texto un enorme valor en tiempos de auge del negacionismo climático. Gran parte de analistas coinciden en que fue un factor clave para conseguir cerrar el Acuerdo de París, tratado clave en la arquitectura jurídica internacional contra el cambio climático.
En segundo lugar, otra característica clave han sido sus posicionamientos en política exterior, enormemente valientes y comprometidos siempre con los derechos de los más vulnerables. En los últimos meses, sus continuas denuncias sobre el genocidio que se está cometiendo actualmente en Gaza eran una muestra de dignidad entre un gran silencio cómplice de gran parte de la comunidad internacional. En este sentido, fue claro en apoyar a Ucrania frente a la invasión rusa o defender los migrantes perseguidos y maltratados ya sea en Italia o en Estados Unidos. Por ello, no de extrañar las reacciones furibundas de aquellos que, en pleno auge de fundamentalistas ultranacionalistas, se veían contrariados por las palabras y acciones del Papa. Desde los insultos soeces de Milei, las polémicas con Trump o Netanyahu, el desprecio de Abascal (¿recuerdan lo del “ciudadano Bergoglio?”) y las críticas de Aznar y Ayuso.
Sirva esta humilde columna de homenaje a un Papa muy querido que apostó por cambiar el rumbo de la iglesia católica a pesar de que en gran parte no lo consiguió por el potente contrapoder de sectores ultraconservadores.
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