La paradoja de Illa

"El mérito principal del ex ministro no ha sido la gestión sanitaria de la pandemia, sino haber dado la cara"

31 de enero 2021 - 01:31

Sobrevivimos -literalmente- entre paradojas. El ministro de Sanidad de uno de los países con peores datos en cuanto a contagios y víctimas a causa del coronavirus ha dejado el puesto, no en un ejercicio de responsabilidad por los errores cometidos, sino porque el líder de su partido y, a la sazón, presidente del Gobierno -en ese orden- le ha colocado como candidato a la Generalitat catalana. Nadie dijo que fuera fácil su tarea, pero Salvador Illa ha ofrecido durante casi un año una falsa sensación de seguridad cuando, en el fondo, todo eran dudas, errando una y otra vez en los pronósticos sobre la evolución de la pandemia, ofreciendo datos engañosos sobre el número de enfermos y fallecidos y tomando medidas erráticas sin establecer consensos con las comunidades autónomas. Para rematar, favoreció la fatídica tercera ola de contagios al aliviar la libertad de movimientos durante las fiestas navideñas. Y siendo así, cuál no será el grado hartazgo de la ciudadanía catalana con sus actuales representantes que los sondeos sitúan al ex ministro como el candidato preferido y como firme aspirante a ganar los comicios que se celebrarán dentro de dos semanas. La esquizofrénica política merece un redoble de tambores acorde al momento si tenemos en cuenta que la oposición le ha venido criticando por no dimitir antes de su cargo y, cuando finalmente lo ha hecho, le ha puesto verde por irse. Qué cosas.

El mérito principal de Illa ha consistido, básicamente, en haber dado la cara, sin entrar en confrontación directa con quienes le vociferaban aquello de "filósofo, lárgate" en el mismo hemiciclo del Congreso. Sus formas educadas han pasado con él a ser un contenido de alto valor obligado en estos tiempos, ejerciendo eso que los catalanes patentaron como seny pero que por estos lares llamamos compostura. No es una cuestión menor cuando los candidatos nacionalistas siguen imponiéndose como obligación saltarse a la torera la Constitución y todas las leyes habidas y por haber y encuentran como única réplica en el resto de aspirantes la españolidad estampada en las mascarillas. No es descabellado que Illa sea el candidato más llevadero de todos si tenemos en cuenta, además, que los últimos jefes del Gobierno catalán -Mas, Puigdemont, Torra... ¡qué trío de iluminados!- parecen más bien personajes sacados de una disparatada comedia de los Monty Python, envueltos en soliloquios insoportables.

Hace mucho tiempo que la Cataluña de aquella icónica Barcelona olímpica por la que paseábamos dejó de ser ese espacio abierto y algo cosmopolita que pugnaba con Madrid por ser la vanguardia del país, social y económicamente. La algarada independentista la convirtió en un avispero, en un territorio hostil a ojos de muchos. Que Illa sea ahora la solución es parte del problema.

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