Pascua nostálgica

El Martes Santo estaba en Sevilla viendo procesionar a la hermandad de San Benito en la plaza que hay frente a la iglesia gótico mudéjar de San Pedro. Me sorprendió ver asomar, entre El Tremendo y el Archivo Histórico Provincial, el segundo paso de la cofradía: el Cristo de la Sangre, un crucificado que es exactamente igual al que preside el altar de la iglesia de San Enrique de Guadiaro. Por un momento creí alucinar. Al parecer, el imaginero sevillano Francisco Buiza había aprovechado ese modelo para hacer muchos encargos en Andalucía y uno de ellos acabó en la pequeña pedanía sanroqueña.

Esa bonita casualidad me trasladó a otras épocas en las que, acompañado de mi amigo José Manuel, salíamos el Miércoles Santo como acólitos, portando y quemando el incienso tras los pasos. Me hizo viajar a un tiempo donde mi abuela, que en paz descanse, hacia sus pestiños y estaba al final de su calle, a la vera de la carretera, esperando vernos pasar. Una granizada exprés nos cortó el instante. Paraguas en mano, entramos en el patio del obrador que hay justo a la espalda de la fachada de la iglesia que pertenece al convento de Santa Inés, donde las monjas, a través de un torno, te venden dulces típicos. Físicamente estaba en Sevilla, pero mi mente seguía en mi pueblo, en mi niñez. El pasado parece colocar al presente en un segundo plano, se adueña de la realidad por momentos.

Frecuenté callejeros que en mi época estudiantil eran itinerarios diarios. Pasé por atajos, para evitar bullas, que me llevaban a la casa de la abuela de mi amiga Laura; por rincones en los que otrora bebía vermú con mis amigos de la facultad mientras debatíamos el mundo; pasé por librerías donde, recuerdo, a los imberbes se les iba la mano, a veces con la connivencia del librero; y por plazas e iglesias donde parecía no ponerse el sol. Estaba en mi memoria. En otra era.

En una visita al Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, me ocurrió algo parecido. El edificio alberga un retablo obra de Martínez Montañés, un bello refectorio, una sala capitular, un techo capilla ornamentando y el sepulcro de Alonso Pérez de Guzmán, El Bueno. A sus pies, una gran placa que indica: “[…] Fve con el mvy noble rei don Fernando en la cerca de Algezira estando el rei; en esta cerca fve en ganar a Gibraltar […]”. Nuevamente, cuerpo y alma en sitios diferentes: mentalmente me fui al castillo de Tarifa, a una excursión del colegio donde nos explicaron el sacrificio que hizo el caballero anteriormente citado para la defensa de la plaza.

Una pascua muy nostálgica. Quizás ahí radica la fuerza de la tradición, en despertar momentos que creíamos olvidados. En hacernos recordar a seres queridos y amigos. Sin duda, evocar con asiduidad es un atributo de la adultez. Nos convertimos en nuestra propia tienda de souvenirs.

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