Crónica personal
Un cura en la corte de Sánchez
Salieron de casa y a lo lejos vieron los edificios del Llano Amarillo, rodeados de grandes zonas verdes entre las que destacaba un gran auditorio en el que por fin Algeciras tenía un espacio para albergar grandes citas culturales. Al pasar junto a El Corte Inglés ya no percibieron los malos olores antaño insoportables.
Siguieron por la avenida Virgen del Carmen y subieron hacia Blas Infante por las ruinas medievales, antes meriníes, que por fin estaban completamente integradas con el entorno. Parte de ellas estaban reconstruidas y el nuevo entorno invitaba a pasear junto a las murallas. El conjunto estaba limpio y cuidado y se había convertido en un reclamo para visitar la ciudad.
Siguieron avenida arriba y observaron el majestuoso asilo de San José, ya restaurado, en el que se habían habilitado dependencias para distintas asociaciones y colectivos que le daban vida al inmueble. La capilla, con su espectacular retablo, se había habilitado como sala de conferencias.
Unos metros más abajo, en El Secano, pasaron por las puertas del centro de interpretación Paco de Lucía, que ya llevaba tiempo abierto y había logrado dar dinamismo a todo el centro de Algeciras gracias al gran número de personas que llegaba a la ciudad para indagar en la vida del genio de la guitarra. Continuaron el paseo callejeando hasta pasar por el conservatorio al que también da nombre Paco de Lucía, que por fin tenía unas instalaciones propias y que había ampliado las enseñanzas musicales.
Decidieron volver al centro e hicieron una parada en la Plaza Alta, donde llamaba la atención una restaurada Casa Millán, que le daba prestancia al centro neurálgico de la ciudad. Desde allí bajaron al Mercado Ingeniero Torroja, que fue sometido a una profunda remodelación. Se había mejorado todo el exterior y en el interior se unificó la imagen de todos los puestos y se reorganizaron según su actividad.
La siguiente parada fue la desembocadura del río de la Miel, que tras una decisión valiente fue descubierta. La ciudad había recuperado una de las imágenes que la mayoría de algecireños solo había visto en fotografías y el tránsito de personas entre el puerto y las estaciones de autobús y tren –por fin se habían acabado todos los problemas y se había reducido el tiempo del viaje a Madrid– le daba mucha actividad a todo el cauce fluvial.
Decidieron seguir por el Paseo de la Conferencia hasta la dársena del Saladillo, donde el enorme descampado dejó paso hace tiempo a una gran zona de ocio con tiendas, bares y restaurantes junto a los yates atracados en el puerto deportivo.
El recorrido terminó cuando los tres se levantaron tras pasar una imaginativa sobremesa.
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