Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
Ensencia
Os ha pasado alguna vez, que aparece alguien y cambia por completo la idea que tenías del amor? ¿Que hace que reordenes tus prioridades, incluso que te cuestiones si, anteriormente, habías sentido algo parecido?
En plena reflexión he entendido que sí, que ya tuve otro gran amor, pero no con la madurez que me aborda en este momento. No con la consciencia de mi cercanía a los 40. No con la sensación de haber encontrado a mi persona de inflexión, a esa que va a cambiar, para siempre, mi forma de latir.
Recuerdo cuando llegó… Apareció como un rayo de luz mañanero, de esos que entran por la rendija de la persiana y te hace revolverte en la cama, abriendo los ojos lentamente y pidiendo clemencia al Dios del sueño, para seguir en tu letargo un rato más.
Fue como un despertar, como si hubiese alumbrado una parte de mí que estaba totalmente dormida.
En los primeros pasos de nuestra relación me sentía algo perdida, y, quizás, hasta sorprendida. Sorprendida porque empecé a percibir unas ganas locas de verle, de abrazarlo, de escuchar su voz al pronunciar mi nombre, o de necesitar contar cada una de las nuevas pecas que le iban saliendo cuando el sol decidía enfocarse en su piel blanquecina.
Sin darme apenas cuenta, convertí su ingenio y su inocencia en mi refugio. Y, debo reconocer, que no hay un cobijo más sano, sincero y puro.
No sé si nuestro idilio durará para siempre, pero tengo claro que, pasar tiempo a su lado, multiplica mis años de vida. Tengo claro que abrió en mí un nuevo concepto de pasión. Una forma diferente de disfrute, y, con este tipo de cosas, es imposible volver atrás.
Hoy, día de su cumpleaños, quería dedicarle estas palabras. Me parecía justo contarle que, gracias a su irrupción en esta zona restringida de mi ser, me he abierto por completo al amor. Y, aunque sé que más personitas habían estado allí antes, ahora veo con claridad que necesitaba este fogonazo de luz para salir del aturdimiento.
Para darme cuenta de que ya no tengo miedo porque en esa parcela de mi alma, nadie puede hacerme daño.
Así que, y sin más preámbulos: ¡Muchísimas Felicidades, mi pequeño Marco! ¡Feliz tres años de vida!
Gracias por recordarme cómo conectar con mi “niña interior” y gracias por abrir de par en par la puerta del cuarto de juegos (ahora, mi lugar favorito), para que tú y el resto de peques entraran.
Pero, sobre todo, gracias por haber sido mi persona de inflexión.
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