El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Me escribía el paleontólogo Leandro Sequeiros, que “el sistema democrático tiene un punto débil: parte de la hipótesis de la bondad del ser humano y de que al ser libre busca siempre el bien de los demás. Pero no cuenta con que la libertad es frágil y podemos tomar caminos equivocados”. En efecto, Dios permite el mal. Pero no es ya que contemos con ello, sino que, además, apoyándonos en el principio básico de la democracia mal entendida, que es que la mayoría es sabia y sus dictados inapelables, hemos de entender que “Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”, tal como decían los campesinos de la orilla norte del Duero, allá por el siglo XIV, que era la voluntad del Altísimo, ante los continuos embates de los moros: “Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”.
Lamentable es que hayan conseguido, pervirtiendo el lenguaje, que se llame independentistas a los que no son sino separatistas, porque es separarse de aquello a lo que pertenecen, lo que ellos pretenden. Pero mucho peor que nos estemos acostumbrando a convivir con la indignidad y la mentira. Todo vale con tal de que no gobierne el orden ni se mermen los posibles de la sociedad parasitaria. De aquella perversión cuelgan las expresiones que ignoran las reglas básicas del idioma, la consideración de las hablas regionales a la altura de la que compartimos todos los españoles, una de las pocas lenguas universales que lo son en este mundo, la asunción de lo excepcional como ordinario, el blanqueamiento de desviaciones y los delitos y el descrédito y ninguneo de las instituciones.
El encargo de formar gobierno con el que el presidente en funciones salía el martes de la entrevista con el Rey supone la presunción de que es posible una mayoría compuesta por facciones con proyectos no sólo dispares, sino disparatados. Pero no es tanto eso como que algunos de esos proyectos son incompatibles con consideraciones objetivas sobre la realidad histórica y sociopolítica de España y suponen la descalificación de órganos esenciales para la cohesión nacional y la fortaleza estructural de un Estado de Derecho. Bien es verdad que todo ello casa con la perversión que nos ha invadido, que puede hacer posible que personas tenidas por juristas del primum vivere más despreciable, sean capaces de encontrar una interpretación torticera de la Constitución Española.
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