El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Cada vez es más la gente que aprovecha sus vacaciones para moverse por el mundo en busca de nuevas experiencias que vivir y, cómo no, que después poder relatar a los amigos apoyados por el correspondiente soporte de imágenes. Sin embargo, no todos los viajes son iguales y al lado de los que, obligados generalmente por las estrecheces económicas, veranean en el pueblo o en alguna playa cercana, están los turistas con caché, ya que no es igual de glamuroso hacerse una foto debajo de la sombrilla y junto a la nevera de playa en Benidorm que posar al lado de un rinoceronte en Tanzania o grabarse un video reptando por uno de los túneles que en la selva vietnamita construyó el Vietcong.
A este tipo de viajes sofisticados pertenece la visita a Petra, la antigua capital del reino de los nabateos. Petra es un lugar perdido (de hecho, durante mucho tiempo se ignoró su existencia) en medio del desierto de Jordania. Su peculiaridad reside en sus construcciones excavadas y esculpidas en una hermosa piedra de arenisca rosada. La joya de la corona -junto a la que es obligatorio hacerse un selfie- es la famosa fachada de dos plantas del “El tesoro” a la que se accede por el no menos famoso desfiladero del Siq. Lo que impacta a los turistas no es la habilidad artística o la tenacidad de los anónimos nabateos sino el hecho de que allí estuvieron Indiana Jones y su padre buscando el Santo Grial. Tanta es la admiración por el personaje que encarna Harrison Ford que un gran porcentaje del millón de personas que anualmente visitan las tumbas y templos excavados en la piedra, están convencidas de que fue el arqueólogo aventurero creado por Lucas y Spielberg quién descubrió Petra.
Lo paradójico es que la historia del explorador que en realidad la sacó a la luz es mucho más fascinante que la de Indiana Jones. Johann L. Burckhardt fue un erudito suizo que tras aprender árabe y hacerse pasar por un comerciante indio musulmán llegó a Siria donde se ganó la amistad de las tribus beduinas. En 1812 salió de Alepo viajando sin mapa y simulando que quería sacrificar una cabra en la tumba de Aarón (el hermano de Moisés) que el suponía cercana a la mítica ciudad nabatea. Tras caminar treinta minutos por un estrecho desfiladero contempló asombrado la fachada que ahora fotografían los turistas. Supo al instante que había hecho un descubrimiento de inconmensurable valor, pero no pudo explorar la zona ya que habría despertado las sospechas de su guía de que estaba allí para saquear tesoros o, peor aún, practicar magia negra. Burckhard emprendió después una expedición al desierto de Nubia siendo el descubridor de las monumentales estatuas de los famosos templos de Abu Simbel dedicados al faraón Ramsés II y a su esposa Nefertari. De su pluma procede también la primera descripción de un occidental de los lugares sagrados de La Meca. Todas sus hazañas (para escarnio del profesor Jones) se recogen en “Viajes por Siria y Tierra Santa”.
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