
Monticello
Víctor J. Vázquez
Yo. Nosotros
Sucesivos trenes de borrascas han discurrido por el sur peninsular sin averías ni apenas retrasos. Lo que ahora son Fenómenos Meteorológicos Adversos han llenado pantanos, pero también han provocado numerosas incidencias reseñadas, como derrumbar presuntos puentes romanos o inundar zonas inundables. Tormentas, vientos y aguaceros se han cebado sobre vidas y haciendas provocando un sinfín de percances.
Un avieso tornado se dejó sentir cerca de Moguer; amenazó los cultivos de plástico y abatió el majestuoso porte de un centenario pino piñonero en los pagos de Fuentepiña. Pero este no era un pino cualquiera. Bajo su alta copa -una bóveda desmedida de dovelas verdes y nervadura de troncos con siglos de antigüedad- aún reposan los restos del burro más conocido de nuestra literatura: Platero. Su creador, Juan Ramón Jiménez, nació en este pueblo: “una blanca maravilla, la luz con el tiempo dentro”, donde “cada casa era palacio y catedral cada templo”. Con treinta y tres años, en 1914, vio la luz la primera edición de Platero y yo, una de sus obras más conocidas y citadas. En su capítulo CXXXV el poeta escribió: “esta tarde he ido con los niños a visitar la sepultura de Platero, que está en el huerto de la Piña, al pie del pino redondo y paternal”. Por culpa del tornado, este árbol tan libresco se ha venido abajo, lo que ha provocado la inmediata puesta en común de la Junta de Andalucía, la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez y el Ayuntamiento de Moguer para salvarlo; para ello se han propuesto tres soluciones que tienen que lidiar con su enorme envergadura y su provecta edad. Todo un ejemplo de determinación conjunta de las instituciones que se ha echado en falta durante décadas en el mismo paraje, el cual se ha caracterizado por el más preocupante de los abandonos.
Desde mediados de los años ochenta viajé con periodicidad anual a Moguer con mis alumnos del Instituto para mostrarles los juanramonianos espacios amarillos, los pájaros cantando y la luz con el tiempo dentro. Siempre acabábamos en Fuentepiña. Entre jaras y tunas, íbamos andando hasta la casa de campo que fuera de su tío, Gregorio Jiménez, y donde el escritor vivió tanto. Íbamos a finales de febrero, cuando los almendros supervivientes de la huerta se mostraban blancos y la vaguada frente al porche porticado se cubría de gamones y agrillos en flor. Siempre encontramos el edificio cerrado, algunas veces con ladrillos en las ventanas que no impedían el acceso de okupas de variada procedencia. Cada año que pasaba la alberca se veía más colmatada y el entorno más precario. El último tornado ha derribado el pino, mientras la casa y todo lo que significa parece a la espera de nuevos fenómenos adversos. Hace años que no acudo a Fuentepiña y me pregunto si la luz sigue conteniendo al tiempo.
También te puede interesar
Monticello
Víctor J. Vázquez
Yo. Nosotros
Quousque tandem
Luis Chacón
Los eternos ‘braghettone’
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Que alguien controle al emérito
En mi butaca
Paloma Fernández Gomá
Libertad de pensamiento
Lo último