Andar y contar
Alejandro Tobalina
Rutina
En tránsito
El domingo pasado, un nutrido grupo de manifestantes ocupó la playa de las Américas, en Tenerife, al grito de “Esta playa es nuestra”. Estas ruidosas manifestaciones contra el turismo se han repetido en Barcelona y en Baleares y en Málaga y en otros muchos lugares. Y es muy probable que las protestas se extiendan, igual que está ocurriendo con las protestas por la falta de vivienda a precios asequibles. Lo de la vivienda lo entiendo, pero lo de las protestas contra el turismo masivo es algo que se me escapa por completo. O bueno, no, la verdad, porque todos sabemos que Canarias y Cataluña y Baleares y Málaga son potencias mundiales en innovación tecnológica que pueden competir con Silicon Valley en todas las ramas de la inteligencia artificial, el manejo de Big Data o el desarrollo de sistemas operativos de telefonía móvil, por no hablar de la industria de la biomedicina o la bioinformática. Cualquiera de nosotros sabría citar cuatro o cinco empresas punteras en tecnología de última generación que se han creado en Canarias o en Cataluña: por ejemplo, OpenAI, Oracle, Tesla, Google y Adobe. Y en estas condiciones, ¿para qué demonios nos hacen falta los turistas? Si somos una potencia tecnológica que puede dar sopas con honda a Silicon Valley, ¿para qué puñetas queremos soportar a una masa de turistas ruidosos y vulgares?
Pues claro que sí: las playas son nuestras y nada más que nuestras. Y habría que prohibir la llegada de turistas, o en todo caso encerrarlos en campos de internamiento y someterlos a una estricta dieta (inclusiva y sostenible) a base de pan y agua.
La cosa sería para reír si no diera tanta pena. Me pregunto cuántos de los manifestantes que protestan contra el turismo viven de un salario público o son jubilados que tienen la paga asegurada. En general, esta gente es la que desprecia la economía productiva y la que se queja de las molestias que provocan todos esos desgraciados que trabajan en la hostelería o en el comercio. En realidad, estos manifestantes son los nuevos hidalgos y los nuevos clérigos que ahora protestan contra los villanos (siempre sucios y molestos) que trabajan con sus manos y que pagan los impuestos. Es asombroso que nadie les haya recordado a estos manifestantes que España, sin turistas, sería una especie de Turkmenistán. Asombroso, sí, asombroso.
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