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Las mismas descalificaciones, similares chanzas, insultos manidos; sea cual sea su perfil, el juicio que se hace de la mujer política andaluza siempre ha venido sesgado por su condición meridional. O todas son chabacanas, porque en eso coinciden las críticas particulares que han recibido cada una de ellas, o hay un prejuicio hacia las gentes del sur que también se practica en Francia e Italia, pero que adquiere mayor gravedad en el caso de las mujeres.
Apunten: Carmen Calvo, Magdalena Álvarez, Celia Villalobos, Susana Díaz, Bibiana Aído, Carmen Romero y María Jesús Montero son personas con perfiles muy diferentes. Una es del PP, las otras socialistas, las hay profesoras de universidad y malas estudiantes, simpáticas y agriadas, emocionales y retraídas, crecidas en la Transición y en el posfelipismo, ministras y banqueras, pero a todas se les ha juzgado por su acento, no por ese acento virtuoso del que se nutre la publicidad de la Cruzcampo, sino de otro inmaterial que como arma arrojadiza fagocita a la persona y la proyecta ante el gran público español como la Omaíta de los Morancos o la Juani de Médico de Familia, una tipa de escasa formación, inculta pero graciosa a la que no le concederíamos la gestión de otro empeño que no fuesen el de los fogones, la limpieza y la crianza de los niños.
Ninguna dirigente andaluza se ha salvado de ello, por lo que podemos concluir que, en efecto, las mujeres del sur nacen con una tarita folclórica o que la forma de expresión meridional es aprovechada de modo ventajista para agravar la legítima crítica hasta convertirla en un ataque demoledor que trata de anular a la persona. Repito: ninguna se ha librado.
Me inclino por esto segundo y para ello no sólo están los ejemplos citados, sino unos cuantos contraejemplos. Teófila Martínez, gaditana de nacimiento cántabro, nunca ha sido criticada con ese tipo de desprecios. Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Chaves, Javier Arenas y Juanma Moreno habrán sido objeto de alguna gracieta, pero nunca de una descalificación absoluta por su condición de andaluz, lo que lleva a pensar que ser mujer agrava el prejuicio sobre las gentes del sur como personajes imaginativos y alegres pero escasos de solidez para los grandes empeños de un país. No falla, todas lo han padecido.
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