Desde mi pupitre
Ángel J. Sáez
Revista Almoraima
Al final todo se reduce al vientre y el bajo vientre, y no lo digo como crítica, soy devoto de ambas componendas, creo que la vida se reduce a poco más que esto aunque, eso sí, se puede refinar mucho y no me refiero a las recetas o los “asanas”, sino a conocerse y enfrentarse a la realidad. El problema es esa impostura que nos inviste de solemnidad, ese señoro o esa caballera que van de finolis y te agreden con su superioridad moral y su elevada mirada, para correr a un abrevadero a sorber caliginosamente.
Si uno analiza la corrupción lo que encuentra es cama. Bueno, lavadora o váter inefable, pero al final los españoles que financiamos la corrupción (casi todos) estamos pagando polvos en pisos de Madrid o chaletes en Cádiz, en casas del CNI o en aviones privados, sábanas de organdí, edredones de deporte y de sofá mantas, desde un bedel rebelde a un rey bebido de bourbon, con un ministrillo de abalorios o una presidentaza abajo, yo qué sé, da igual, pero siempre a batallas de amor campo de pluma.
El mundo no es triste porque la gente dé al manubrio, lo es porque despreciamos en apariencia ese manubrio para terminar traicionando a todo un Estado por un córrete pallá. A mi parecer esto prueba dos cosas, que la solemnidad es la expresión más evidente de la bobería; y que la bobería al final persigue lo mismo que los enteraos, las enterás y los bobos sólo se distinguen por las formas y no por el fondo, al que llegan sin dificultad.
Qué hastío o qué gracia, trabajar siempre por la patria, potestad de quienes más arriba están. Me gusta el sexo, esto es, el dinero, ¿merece por su hartazgo la pena toda pudrición? Me está quedando conceptuoso este artículo, porque usted y yo sabemos que esto no tiene enmienda, que el mundo fue, es y será esto que vemos... Lo único que podemos hacer es dar ejemplo, o sea, castigar de tal forma que los culpables no sigan su propio ejemplo en el futuro, en general las condenas no sirven para disuadir.
A esto de los corruptos el feminismo no ha llegado, pero ni para otras ni para unos. El chulangón ése de invitar a todo tiene su papel hasta cuando la corrupta es ella; y siéndolo él, un adefesio sin atractivo, le gusta lucir modelo, no de coche, sino de ejercicio de poder. El mal gusto circula con profusión: sí, cochazo, relojazo, gafazas, zapatazos, ropaza, el chonismo llevado a los límites del Estado, tanta ética y tanta universidad para caer por donde cae el pobre, esto es, al final la riqueza es la posibilidad de ejecutar los vicios de los despreciados.
Lo que más preocupa es comprobar cómo cuando vimos a Roldán en calzoncillos de orgía cutre, vimos el ridículo, vimos la hez del sistema; hoy la economía mundial copia ese comportamiento como aspiración, las nuevas generaciones quieren comer y beber, el postureo de la piscina infinita al atardecer como expresión de lo conseguido; la cuestión sobre quién no pueda hacer estas cosas de silicona tiene respuesta fácil: fracaso. Vamos bien.
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