Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Monticello
Desde la moción de censura de 2018, nuestro sistema político es, aparentemente, un sistema de mayoría parlamentaria frágil, pero sin alternativa aparente. El centro derecha disfruta de un gran capital político en el ámbito local y autonómico, y es la primera fuerza en ambas cámaras, pero padece dificultades aritméticas para constituirse en fuerza de gobierno nacional, fundamentalmente por la suma de dos factores: la estabilidad electoral de la extrema derecha y su imposibilidad para pactar con el nacionalismo vasco y catalán, de corte conservador. Mantener ambos factores es, por lo tanto, un elemento indispensable para que el PSOE pueda ser, a pesar de su pérdida de poder local y autonómico, el único partido de gobierno en España. La imposibilidad de la alternativa afecta al ideal democrático. Sin alternancia posible, la rendición de cuentas de los gobernantes resulta en la práctica algo nominal. Del mismo modo, esta imposibilidad de cambio puede generar, en quien ejerce el poder, una comprensión distorsionada de cuál es el alcance popular de su apoyo. Por ejemplo, entre nosotros, no deja de llamar la atención el hecho de que un partido de gobierno que es la segunda fuerza en la Cámara, con dificultades para cumplir el principio de anualidad presupuestaria, y que sólo gobierna tres de las 17 comunidades autónomas, asuma que posee un mandato inequívoco para modificar, como si de un momento constitucional se tratase, aspectos centrales de nuestro modelo constitucional. En este contexto, puede entenderse bien la responsabilidad que, para el buen funcionamiento del sistema parlamentario recae sobre el principal partido de la oposición. Su viabilidad como partido de gobierno es un elemento de salud democrática. Cabe aquí recordar que la aritmética actual, favorable al actual presidente, se ha construido en un marco de populismo disyuntivo, es decir, cultivando la idea de que la única alternativa al actual Gobierno de coalición sería un gobierno necesariamente reaccionario. Por ese motivo, no deja de resultar llamativa la insistencia en la hipérbole de ciertos sectores del partido de la oposición. Afirmar desde un escaño popular, por ejemplo, que “no hay modalidad del crimen que no hayan favorecido, malversadores, sediciosos, agresores sexuales, terroristas y ahora también Hamas y talibanes. Al lado de la internacional sanchista, el señor Abascal es un lobo desdentado”, puede resultar gratificante como ejercicio de narcisismo parlamentario, pero lo es al precio de contribuir a un contexto que impide a la oposición convertirse en alternativa.
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