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Es probable que más pronto que tarde veamos comedores en silencio como los vagones del AVE. Acabaremos suplicando una vida cotidiana de penitente de ruan, en sigilo, apacible, sin interferencias. Todavía mas plausible es que no se permita la entrada a un establecimiento de quienes portan una carpeta con papeles, que ha ocurrido. “Aquí, comer y tertulia, señor”. La sociedad deberá avanzar más pronto que tarde hacia un blindaje contra la penitencia ruidosa, estruendosa e irritante de los teléfonos móviles. Renfe no ha sido capaz de frenar la decadencia de uno de los servicios que indiscutiblemente mejor ha funcionado en España: el AVE. El vagón en silencio es insuficiente. Todo el AVE debería estar no sólo exento de ruidos, sino con la obligación de que el personal no se quite los zapatos por muy famosos que sean, con la prohibición de que no se reproduzcan los mensajes de audio para todos los presentes y, sobre todo, con la advertencia de que no se deben comer patatas fritas masticadas de forma sonora antes de que el condumio penetre en las fauces y evitar así el síndrome del rumiante. Hay que celebrar que la Real Gran Peña de Madrid incida en uno de los elementos que más dinamitan la convivencia entre comensales: el celular, que dicen los iberoamericanos (latinoamericanos en lenguaje progre). En muchas ocasiones hay que mirar a Madrid en asuntos que nos llevan ventaja. En Andalucía hasta podríamos colocar carteles para prohibir que se hagan colas en las puertas de las tabernas. Señores turistas, no sean incautos, olviden el teléfono, paseen, vean y déjense llevar. Sean libres. Y educados.
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