Lo público y lo privado

¡Oh, Fabio!

Hay políticos y sindicalistas que experimentan un placer divino cuando dicen “lo público”. La boca se les llena de miles de miles de microexplosiones, como si se estuviesen dando un atracón de Peta Zetas. Suelen ser los mismos que cuando gestionan “lo público” lo dejan como una ciudad de la tardoantigüedad tras una amable visita de los vándalos asdingos, o de sus primos los silingos. Es decir, completamente arrasado, sin recursos económicos y con el personal en pie de guerra defendiendo la “supervivencia y dignidad de lo público”.

“Lo público” es un sintagma que ha adquirido en ciertos discursos políticos y periodísticos una cualidad taumatúrgica. Sólo basta con nombrarlo para que creamos que acontecerá el milagro. No hay demagogo o populista que no abuse del mismo. Y, sin embargo, hay una verdad universal: todos los países que han adquirido altas cotas de bienestar material y libertad se han cuidado mucho de que “lo público” no pase de un tamaño razonable. Donde “lo público” pesa demasiado, anida la tiranía.

“Lo privado” es otro sintagma mágico, sobre todo para esos liberales que apenas han salido de los salones de té del privilegio. Confían en que el mercado es como un dios misericordioso que siempre velará por que la justicia prevalezca, aunque delante de sus narices estén observando el desastre que a veces provoca la ausencia de “lo público”.

En una democracia liberal a la europea ambos conceptos deberían complementarse, no hacerse la guerra como los Roper, que es lo que parece que pretende nuestro Gobierno, tan aficionado a las trifulcas para distraer la atención.

Pongamos el ejemplo de la Universidad, nueva trinchera cavada por el sanchismo para que los españoles nos agarremos a gusto de los cuernos. ¿Es la universidad privada un negocio que prescinde de la calidad? Fake. Precisamente, algunas de las mejores universidades de España son privadas o, mejor dicho, católicas. Es decir, independientes del Estado. Solo dos ejemplos: la Universidad Pontificia de Comillas (jesuitas) y la Universidad de Navarra (Opus Dei). ¿Hay privadas que son chiringuitos? Sin duda, como también hay centros universitarios públicos que no dan la talla. Elimínense o refórmense. Todas y todos. Y, al mismo tiempo, encárguese el Gobierno de favorecer una universidad pública de calidad y de garantizar la libertad de empresa y pensamiento. ¿Es demasiado pedir?

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