El mundo de ayer
Rafael Castaño
Niños tristes
No se puede demostrar que Dios no existe, no se puede probar que no hay vida después de la muerte, no se puede demostrar que no existe el alma. Nadie puede. Lo interesante sería mostrar pruebas de cualquiera de estos tres deseos, ni un sólo dato comprobable a lo largo de la historia ha sido una confirmación de ninguno de ellos. Las mentiras en internet se basan en algo tan burdo como que cualquier cosa es posible mientras no se pruebe lo contrario; así, afirmar que hay fantasmas (no me refiero a los “influidores”) se fundamenta en que nadie puede probar que no existen, pero ¿qué credibilidad tiene quien afirma su existencia mas allá de lo que uno quiera creer?
Los hechos no significan sino su interpretación, la calidad del intérprete es la base del conocimiento. Un público que no valora el conocimiento distinguiéndolo de la aproximación imaginativa, está dispuesto a tragar; añadan que los difusores de mentiras no cobran por contenido sino por visitas y el cóctel será perfecto: llamar la atención con cualquier chorrada genera pasta, la cosa es mentir.
La cuestión es que la libertad para hacer pasar mierda por caviar no existe, en un juzgado se llama estafa. Quizá no haya palabra más peligrosa para la libertad que “libertad”, con razón la inventó un obispo. Las redes son empresas de difusión, es curioso que todos estos inventores de conspiraciones, ganando dinero o poder, obvian que el dueño de la red más importante es socio del ultrarreaccionario ganador de las elecciones en USA, ¿no ven ahí conspiración? La democracia debe defenderse de esta invasión de vergonzante ignorancia. No prohibir, sino advertir: pasar un vídeo de Gila como un parte de guerra en Gaza no puede quedar impune, el Estado debe ir no contra la expresión sino contra la empresa que promueva la confusión, ésta debe clasificar lo que publica y advertir al espectador si se trata de información o entretenimiento, si es académico o gracietas, y que el consumidor decida. Eso es la libertad de opinión: saber distinguir.
Estamos en manos de multinacionales que promueven odio o propaganda, si no lo frenamos el futuro es de ellos porque no se necesita ningún tipo de formación para decir lo te venga en gana, con el único aval de la posibilidad: ¿Tiene Pedro Sánchez una máquina de tormentas? ¿Se pueden ocultar miles de muertos sin que sus familiares se rebelen? ¿Es todo una maniobra para desequilibrar a Feijóo? ¿Es Trump el Mesías? ¿Nunca hemos vivido peor que ahora? ¿Es España una dictadura? ¿Errejón es un reptil extraterrestre? ¿El calentamiento global es mentira? ¿Se diseñan pandemias para regular la población? Todo puede ser. El problema es que si un periódico se dedica a promover estas cosas, pasa a ser una revista esotérica; en cambio los milenaristas apocalípticos ahora pasan por grandes teóricos salvadores de la humanidad, “informan”. El periodismo debería ser el primero en exigir regulación. Con el trabajo que nos ha costado saber que no sabemos nada; algunos lo saben todo y más.
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