Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Gafas de cerca
Una persona, aparte de otras cosas, está hecha de las palabras de su tiempo. Las sucesivas generaciones ostentan un rasgo lingüístico común, un arsenal de expresiones emergentes en el habla popular o por los balbuceos terminológicos de las tecnologías que caracterizan a las generaciones. Muchos de esos términos mueren en el intento, y quedan obsoletos y arrumbados en el habla de la calle: nunca aspirarán al diccionario de RAE. En otros casos sucederá lo contrario, y lo que fueron innovaciones y señas de identidad juvenil –“mola cantidad”– acabarán siendo voces viejunas (hete aquí un ejemplo) a los ojos de los nuevos neologistas de a pie: hijos y nietos. Y viceversa: los abuelos y padres harán guasa o censura del léxico tribal de sus menores. Las germanías han sido fuentes típicas del palabrerío de cada contemporaneidad: se puede conjeturar que el “yo paso de todo” que nació en los 70, y que a mis padres rechinaba, provenía de la decisión de no ir a una apuesta –“pasar”– en las timbas de trastienda y venta.
Algunas de esas expresiones son desagradables. Por ejemplo, “el puto amo”: una persona poderosa, exitosa y prepotente, que ostenta chulería y aparenta tener alta destreza en algo, y no menor confianza en sí mismo. Debe notarse que el femenino de ese cliché es políticamente muy incorrecto, o sea: de progresistas maneras debería ser condenado a la pira por pecado de machirulismo. La primera vez se lo escuché en una rueda de prensa a Guardiola, y se lo endilgaba a su antítesis en todos los estilos, Mourinho, con sarcasmo: “Bah, ya sabemos que él es el puto amo”. Pero bueno, el fútbol ya se sabe: testosterona y mala lengua por sistema, nunca un “mecachis” ni un “jopelines”. Hasta el delicado y moderno Pep suelta cera por esa boquita.
Que el ministro de Transportes diga que su jefe, enamorado hasta el tuétano, herido por las fuerzas del fango y aislado como un niño de guardería por su seño “a pensar” es “el puto amo” es otro indicio de la deriva caudillista del neopsoe. Y de que Óscar Puente es un hortera “nivel puto amo”: un macarra. Capaz de soltar perdigones de mala baba –y tinta de calamar– contra el presidente de Argentina, Milei, insinuando que toma coca antes de subir a las tarimas. Aparte de una alta y gratuita afrenta diplomática, es probable que no se trate de que Puente sea un cretino, o no sólo, sino de un berrido coherente con una estrategia de lucha global: un postureo de rango internacional cuyo amado líder sería Sánchez. En plan que me da todo ese punto, y permitan que me haga el chavalito.
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