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David Fernández
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Ha sido Óscar Puente quien, en una soflama mitinera ante la prensa, durante el Congreso Federal del PSOE celebrado en Sevilla, ha llamado a Pedro Sánchez, a la sazón líder de su partido y presidente del gobierno, “el puto amo”. Ha expresando así su devoción sin límites por quien le nombró ministro de Transportes sin que nadie sospechara que este patán de costumbres tabernarias era la persona idónea para dirigir tan capital negociado. Ser el “puto amo” es una expresión vulgar que indica que una persona es la que controla la situación, el que tiene el poder omnímodo. Esto es, el que no tiene limites ni contrapesos por lo cual puede imponer su voluntad y actuar de acuerdo a sus propios intereses, sin preocuparse de las consecuencias. No estaría de más recordarle a este egregio ministro que, en teoría, sus “putos amos” debieran ser todos y cada uno de los españoles que votan y no el fulano que, confiando en su vasallaje, le ha concedido tan generosa canonjía. Quizá no por casualidad, en la calle Betis, frente a la Torre del Oro, no demasiado lejos de donde los socialistas se han congregado para vitorear a su patrón, situó Cervantes hace más de 400 años un patio que era la guarida del gremio de ladrones sevillanos y que era administrada por el señor Monipodio. En Rinconete y Cortadillo dos muchachos, delincuentes juveniles, llegan a Sevilla al objeto de ganarse la vida como buenos maleantes. Sus raterías en el mercado de la plaza de San Salvador despiertan el interés de un mozo, ya introducido en la cofradía del delito, que les había estado observando mientras esquilmaban a los viandantes. Llámeles en seguida la atención la piedad de aquel personaje, siempre con la palabra Dios en la boca ya que les choca tanta devoción en boca de quien se adivina ganarse la vida robando y quién sabe con qué otras fechorías. “¿Es vuesa merced por ventura ladrón?. Si para servir a Dios y a las buenas gentes, aunque no de los muy cursados que todavía estoy en el año de noviciado. Cosa nueva es para mí -respondió Cortadillo- que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente”.
El chaval les informa que cualquier ladrón que opere en Sevilla debe presentarse antes en casa de Monipodio “a darle obediencia” (a todos los efectos era una especie de El Padrino). Tras escuchar sus “currículum” los admite en el club y les informa de sus derechos y obligaciones. La cofradía de Monipodio refleja una perfecta organización, es una autentica institución social invertida que, como la más cuidada empresa, lleva puntualmente su agenda de trabajo y su libro de cuentas. Nada que ver con el guirigay de coimas y mordidas que envilece a los partidos políticos. Tan detallada era la gestión de aquella pandilla de rateros que hasta hacían una “Memoria de las cuchilladas que se han de dar esta semana”. Cervantes maneja magistralmente la pluma, acude al lenguaje coloquial, a las frases hechas, a los refranes y a las voces de germanía. Los capciosos discursos de estos rufianes modernos son, además, pura basura.
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