Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon
El niño jugaba al fútbol con un móvil en la mano. Escribo esta frase y siento algo de irrealidad en ella. Pienso que podría ser una de esas oraciones que se escriben por escribir, por practicar mecanografía. La tecnología hace posible lo dudoso, y es capaz de inventar una imagen del papa vestido de rapero. Puede crear besos, animales y asignar un color a algo que todavía no existe. Si le decimos a ChatGPT “niño con móvil jugando al fútbol” no encontrará mucha dificultad en poner en marcha los pinceles refrescados con agua potable que guarda en servidores que siempre están lejos para darle forma a la idea. Conocemos los elementos, y ponerlos en relación no debería ser nada complicado. La supervivencia y la filosofía son infalibles casi tanto como una orden, aunque esta sea cuestionable, que llega desde arriba.
Lo vi por primera vez hace unos días. Era un niño jugando al fútbol con el móvil en la mano. Estaba en una plaza con otros amigos, no jugaba solo. Me pregunto si jugaba, si se puede jugar a algo teniendo este aparato casi siempre innecesario tan cerca, estando tan pendiente de cualquier tintineo. Analicé el contenido de la imagen, no quise ponerle palabras, no quise asimilar esa frase que solo podría escribirse por escribir, como: las naranjas son azules o los gatos tienen branquias. Hay cosas que no son, que no existen, y para mí hasta aquel momento un niño jugando al fútbol en una plaza mirando el móvil cuando perdía el balón, era algo que respondía al imposible.
Pocos días después, creyendo haber olvidado aquella situación, pasé por otra plaza de las mismas características: bancos, espacio, jolgorio. Era también verano y los niños se arremolinaban en torno al juego preferido de cada grupo. Me quedé un rato observando a los que seguían la pelota para confirmar que ninguno tenía su teléfono en la mano. Quien busca encuentra, y aunque yo pretendía hallar el negativo, la falta, me encontré con el sí. Aquella tarde confirmé que eso de la primera vez no fue una cosa aislada. A día de hoy, temo comprobar una nueva excepción que confirme la regla.
Una mañana una mujer le habla a su reloj para que el mensaje llegue a alguien que está lejos. Le dice que compre cuarto y mitad de jamón mientras alza su mano izquierda, que agarra varias bolsas verdes llenas, hasta acercársela a la boca, y pulsa con la mano derecha un botoncito. Entre tanto requerimiento técnico y postural, intenta entender las palabras de la interlocutora, que salen de un altavoz imperceptible. A la misma hora, en otra ciudad, un hombre desayuna en un bar con un ventilador enchufado a su teléfono para apaciguar los sofocos que trae agosto. No se ven, pero se intuyen, los cables. ¿Queda algo que pueda ser libre?
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