Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Estupores la palabra que me viene al ver las celebraciones por no sé qué título ganado por la Selección Española de fútbol masculina. Hay hechos que reflejan las circunstancias de los momentos históricos sin necesidad de explicaciones, la quema de libros, por ejemplo. Yo entiendo el ánimo jocoso, entiendo la alegría, entiendo el negociazo incluso en torno a estos acontecimientos (si yo fuera empresa organizadora) y entiendo el rédito de popularidad, si una o uno pega bien el ascua, pero cuidado.
Para empezar, la exaltación de la persona tiene muchos peligros, porque uno puede ser jugador de fútbol pero no tiene por qué ser admirable en otras actividades y, claro, ver a unos adolescentes (otros menos) no siempre muy formados de la vergüenza de saberse observados al descaro de la licencia para hacer lo que te dé la gana (efluvios etílicos): nos lleva a un espectáculo de inmadurez que no tiene por qué tener gracia. No es moralina, que hagan lo que les salga. Lo triste es el público satisfecho, señalando el límite de sus deseos. Exaltar excursiones de bachillerato como valores sagrados es estupidez, del público, no de los actores.
Sí, a mí me ha gustado jugar al fútbol, pero soy de esos atrabiliarios que piensan los límites entre el entretenimiento y el pan-y-circo, tópico pero realidad constante, contante y sonante. ¿80.000 personas viendo presentar a un jugador? Intenta vender libros de lo que sea. ¡Ja, ja, ja! Intenta reivindicar dignidad en la Sanidad Pública. ¡Ja, ja, ja! La mayoría prefiere ir a ver a unos prepúberes profesionalizados (millonarios), casi sin poder alcanzar los rigores mínimos de una comunicación verbal fluida a nada que suponga un mínimo esfuerzo o pensamiento. No le toques ya más, que así es la sociedad.
Desconozco, aunque me temo, los comentarios racistas hacia los jugadores españoles cuya piel es de otro color (vemos cómo la riqueza te abre las puertas de cualquier familia por carpetovetónica que fuere); desconozco los comentarios patrioteros de algunos de ellos, frisando la estulticia ultra expresada por el chabacanismo más ramplón, inevitable cuando vas con gente que no sabe más; desconozco si algún jugador ha aprovechado para insultar con su actitud, pongamos, al Presidente de nuestro Gobierno...
Da igual (aquí me sale el profesor que soy), una cosa tengo clara, cuando uno está en la Selección Española de Fútbol (o la que sea) representa a un colectivo y como tal se debe a él, uno no tiene por qué genuflexionarse prosquinéticamente ante nadie, ni dejar de pensar lo que quiera en sus adentros pero ha de ser ejemplar, si no lo es: no debería jugar más en la Selección; si no sabes comportarte, se supone que el deporte es modelo de vida para muchas niñas y niños, fuera de aquí, sin más.
También te puede interesar
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Cambio de sentido
Carmen Camacho
La ley del deseo
Contraquerencia
Gloria Sánchez-Grande
Los frutos carnosos y otras burocracias de Tosantos
La ciudad y los días
Carlos Colón
El Gran Hedor
Lo último