Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Yo te digo mi verdad
A veces se dice que esta sociedad está enferma, pero pocas es posible apreciar claramente los síntomas. Como una fiebre alta o un repentino desmayo, el otro día detecté, sin ser un especialista, el claro indicio de uno de los males que nos aquejan modernamente: la agresividad y la prevalencia de la figura del ‘yo mismo para mí, y en todo caso para los míos’, tan lejos de aquella consideración (no ya amor) para con el prójimo, que se supone que es la base de la civilización de la que tanto presumimos como muy superior.
En una de las salas de espera de un hospital de la provincia, junto a otras advertencias que la mayoría de la gente no lee, pedía paso un cartelito que era más bien una llamada de socorro. Tras advertir de que “cualquier amenaza, coacción, agresión física y/o verbal, o cualquier otra actuación ilícita contra los profesionales de este centro sanitario” sería denunciada y por lo tanto se enfrentaría a penas como la de cárcel, se terminaba con una innecesaria, desproporcionada y desesperada muestra de buena educación: “Rogamos respeten la dedicación que prestamos al cuidado de su salud”.
Para un observador normal, entendiendo por esto algo quizá desaparecido o en trance de hacerlo, el cartelito es descorazonador, y responde a una desagradable realidad: el aumento de las agresiones a los sanitarios por parte de egoístas individuos que no responden ni siquiera metafóricamente al calificativo de pacientes. Resulta cada vez más frecuente, pero aun así sigue siendo lícito preguntarse en qué cabeza cabe agredir a quien tiene como misión cuidarte, y cómo hemos pasado del agradecimiento y la debida veneración a quienes te curan y te cuidan, a la exigencia más salvaje de que eso se haga según nuestro propio e ignorante criterio, con urgencia y con resultados positivos.
Aun más triste es comparar esa desconsideración hacia una de las profesiones fundamentales en el equilibrio de nuestra sociedad y en nuestro bienestar con los aplausos dedicados a los sanitarios durante los primeros tiempos de la pandemia.
Vítores que se han revelado tan hipócritas como teatreros en una población tal vez sedienta de distracciones en aquel entonces, y que ahora contribuye a su manera al derribo inmisericorde de la sanidad pública, como si quisiéramos destruir de manera suicida nuestro refugio en los momentos más difíciles.
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