Resurrección

Postdata

Apesar de que esta tierra nuestra centra la celebración de la Semana Santa en la Pasión de Cristo, no es en ella donde se halla el basamento de nuestra fe. Es cierto que algunos creyeron en Él durante su vida terrena. Pero esa fe de pocos quedó destrozada por su muerte en la cruz. Sabemos que sus partidarios huyeron tras una derrota que no comprendieron, que parecía poner fin definitivo a una historia hermosa pero humana. Sólo una acción de Dios, que fue más allá de la vida terrenal de Jesucristo, podía recuperar en ellos –mejor reinstaurar– aquella fe. Por eso la Resurrección de Jesús es el hecho primordial de nuestra creencia. Como señala el teólogo Hans Kessler, “creemos en Jesús de Nazaret, no por su vida, sino porque Dios lo ha resucitado de entre los muertos”.

Esta certeza del cristiano –no negaré que a veces vacilante, atacada por una razón que se rebela ante lo sobrenatural e ilógico– no se adquiere por la vereda de una historicidad probada. Nos ha sido dicho que las apariciones de Cristo hicieron retoñar la de sus primeros discípulos; pero ignoramos cómo. De igual forma, las tradiciones pascuales en torno a la tumba vacía no son relatos estrictamente históricos, sino narraciones que sustentan una certitud nueva. Al cabo, todos estos acaecimientos son creíbles precisamente a los ojos de la fe. No es la Historia, pues, la que puede adverar nada.

Los testigos del hecho esencial tuvieron que experimentar algo distinto, la percepción de que lo que estaba ocurriendo era obra de Dios, y descubrir en Jesús una vida nueva. Cristo inaugura una dimensión desconocida, es “recreado” por el Padre y se sitúa en un espacio que transciende su devenir mundano. Dios, dice Kessler, le recibe, de un modo inesperado, en su vida infinita. Esa “neo-realidad” únicamente puede ser captada desde la fe. Y quien lo hace, se convierte en una persona diferente, renacida de una fe también diferente.

La Resurrección de Jesucristo, por último, es independiente de cómo y por cuántos sea interiorizada y predicada. Jesús no vive solamente en su comunidad. Afirmar esto, concluye Kessler, es fundamental. La Resurrección es primariamente algo que Dios realizó en el Crucificado: Dios no lo abandonó en la muerte, ni le abandonó muerto. Nosotros damos un testimonio contingente y nuestra fe, la que hoy nos alegra, nace exclusivamente de la obra de Dios. Él es quien la recompone y nos franquea el camino de su amor liberador.

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