El retorno de la Inquisición

Una actriz (antes reconocida como actor) estaba destinada a ser la sensación de los numerosos premios cinematográficos que anualmente se autoconcede la gente del cine desde los Goya hasta los Oscars. Karla Sofía Gascón tenía todas las papeletas para ser la ganadora de todos los premios de interpretación por el personaje que encarna en la película Emilia Pérez, una historia en la que la vida real y la ficción se dan la mano al ser una persona transexual la que da vida a un personaje homónimo (además de narcotraficante) que para escapar de la justicia cambia de género y sexo.

Lo que, en principio, se presumía como una gran victoria del colectivo LGTBQ y una normalización del variopinto grupo de personas que se acogen bajo tan enrevesadas siglas, gracias a una ignota periodista ( canadiense y musulmana) que se entretuvo en indagar en los mensajes publicados por la actriz-actor años atrás en las redes sociales para descubrir que en algunos de sus comentarios arremetía contra moros, negros y todo bicho viviente de ideología contraria a la suya (se supone que, entonces, ultraconservadora). A partir de la difusión de esos tuits (que la interfecta no tuvo la precaución de borrar cuando tras transicionar de género y de ideología la fama llamó a su puerta), Karla pasó, merced a lo que se llama “cultura de la cancelación”, de heroína a apestada. Nadie quiere hablar con ella ni de ella, la han apartado de la promoción de la película y, si no fuese porque aparece en la mayoría de los planos, hasta la borrarían de la misma como hizo Stalin con Trotski en las fotografías de la conmemoración de la revolución rusa.

De alguna forma el hecho de traicionar la ideología radical y fanática de un colectivo que se cree tan en posesión de la verdad absoluta como para ser capaz de desafiar incluso a la biología, ha arruinado de un plumazo la prometedora vida artística del singular personaje. Lo curioso es que estos tribunales mediáticos que deciden el destino de la gente en función de sus ideas son incluso más crueles que los antiguos tribunales de la Inquisición que, si bien en función del delito de fe, podía condenar a los herejes hasta a morir quemados en la hoguera o desmembrados en el potro de tortura, también promovían la “reconciliación” (su reintegración en el seno de la Iglesia) si los apóstatas mostraban arrepentimiento mediante la abjuración de levi, de vehementi o en forma, según fuese la gravedad de la ofensa. Por más que Karla Sofía haya dado muestra pública de su arrepentimiento por sus nefandos pecados tuiteros, la Inquisición progresista no la perdona. Su consuelo es que, sin la hoguera por medio, comparte destino con gente como Giordano Bruno, Miguel Servet o Juana de Arco.

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