Confabulario
Manuel Gregorio González
Ultraderecha
Uno de mis mayores placeres como maestro es la lectura infantil. Tengo entre mis manos el entrañable libro El rey Solito. Esta historia nos presenta al rey abandonado por sus ministros, pero él continúa con su trabajo real. Este domingo hemos visto a un rey que escucha al pueblo y a otros marchándose bajo los paraguas en busca de sus coches oficiales. España es un Estado descentralizado, pero no 17 miniestados independientes. En estos momentos de dolor por los desastres de la Dana y la descoordinación de las administraciones, equivocadamente, algunos lo están cuestionando.
Las escenas que hemos podido ver son dantescas y los datos poco claros nos hacen temer que el desastre pueda ser mayor. Ya son muchos días y tantos desaparecidos hacen pensar en lo peor. España es un gran país europeo, del primer mundo, pero por desgracia la respuesta por parte de las instituciones ha sido lenta y no está a la altura de la situación que están viviendo estos pueblos. Al contrario de la respuesta que los miles de ciudadanos anónimos, de todo el país, están dando de unidad y apoyo con los damnificados.
El barro lo cubre todo, pero el más sucio, el más contaminado, es el fango político. El ego político lo embarra todo. En las primeras horas, incluso los primeros días, la actuación de los políticos era de vergüenza porque en estos momentos no debe existir el contrario todos debemos ser uno. El Estado también son los sanitarios, los bomberos, las fuerzas del orden, los jueces, los educadores y en estos duros momentos también son Estado los alcaldes y concejales de esas localidades que seguramente habrán sufrido en sus carnes lo mismo que sus vecinos. No podemos simplificar como Estado a la monarquía, o a los gobiernos, el de España y el de la Comunidad Autónoma de Valencia. Es comprensible la rabia y el dolor, tal como indicó el Rey, pero por muy mal que nos caiga un político, nunca es justificable la violencia.
Debe existir una colaboración y trabajo en común de todas las administraciones y no el caos que en algunos momentos se ha sentido. En el año 57, tras la riada llegaron las enfermedades. ¿Tendrán que pedir los vecinos de estas localidades botellas de lejía con tanta intensidad como piden ahora las de agua?
No es el momento de hacer política, sino de trabajar, actuar sin fijarse en el color político del que está al lado. Después se tendrán que analizar todos los fallos para que no se repita esta situación.
Tenemos malos recuerdos de desastres anteriores y eso que fueron de menor intensidad. Todavía existen quejas de cómo se actuó en el terremoto de Lorca. O los vecinos que siguen viviendo en barracones por el volcán en La Palma ¿o por la mala gestión política?
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