La otra orilla
La lista
Botas enfundadas y palas al hombro ha ido la generación de cristal a mancharse del lodo valenciano y a retratar a sociólogos de estudio simplón. Los bautistas de quintas han de callar ahora porque el chaval ha dejado el TikTok y sus ansiedades de enclenque para ayudar a que la depresión no abrace hasta la asfixia a quienes lo han perdido todo. En el escenario de la tragedia han sido recibidos los mozos como el mismísimo Cristo porque su afán filántropo no nace del protocolo. A la viejita de Paiporta le preguntan por esta ola de solidaridad y señala allí, al mozo del mullet que arrastra agua embarrada. Al padre de Chiva que tendrá que criar solo a su hija le interrogan los periodistas sobre el estado del hogar, y las cámaras captan en su puerta a zoomers granujientos y barbilampiños sacando a la calle la mesa donde se servía el caldo.
Ha llegado esta ola mesiánica de chaveas a los que los cascarrabias se han negado a entender para repartir los milagros de salvación generacional. El futuro no es tan gris, dicen ahora aquellos que los acusaban de acudir al blíster de Trankimazin demasiado pronto. Hay esperanza, celebran quienes se arrogaban el cetro de la impartición de lecciones y pensaban que solo ellos, con su enorme sabiduría, podían sustentar la supervivencia del mundo.
Se festeja este 'despertar’ del pueblo de clausulazo del Fantasy y de like impenitente. ¿O solo en parte? Se lee en el ágora digital y en el periodiquito que a las calles de Valencia han ido a parar chavales encamados con la ultraderecha, y se extiende la indignación fuera de la provincia levantina porque parece que la pala también se coge con ideología. “Fascistas, no queremos vuestra ayuda”, dicen aseaditos desde Madrid. “¡Fascistas, fuera de Valencia!”, gritan abrigados desde Bilbao. Y la víctima de la barbarie natural, al fin y al cabo, recoge el plato de comida que le sirve y le invita a una litrona por ayudarle a despejar la casa porque lo revolucionario hoy en día es estar a lo que hay que estar.
De todas las lecciones que la tragedia deja, una de ellas es que hay momentos en el que el comunista puede y debe trabajar con el de la camiseta de la cruz de Borgoña y que sobre el puño y la rosa puede llegar a posarse el charrán. Tiempo habrá de seguir confrontando y enderezar. Y el mozo, ese mozo incomprendido, ya puede entrar en el cementerio de elefantes y con la cabeza alta decir: “Un virus me metió en casa, una catástrofe y mis testículos digitales han hecho que lleve una semana sin volver a ella”.
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