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Hubo un tiempo en que los mapas contenían enormes espacios vacíos correspondiendo estos a extensiones geográficas aún por conocer y conquistar. Los amanuenses acostumbraban a caligrafiar dichos espacios con el epígrafe hic sunt leones, atendiendo a la generalizada creencia de suponer asentadas en esas zonas criaturas míticas o exóticas. El camino para desvelar los misterios de esas tierras ignotas estaba repleto de riesgos y peligros para los osados viajeros que acometían una empresa que, en caso de tener éxito, les suponía fama y fortuna.
Tal fue el caso de Marco Polo, comerciante veneciano que llegó hasta la lejana China siguiendo la Ruta de la seda y que fue el primero en difundir en Occidente los usos y costumbres orientales a través de su Libro de las Maravillas. Un contemporáneo suyo, Inb Battuta (conocido en esta comarca más por dar nombre al ferry de la compañía Limadet que unía Algeciras con Tánger) deambuló durante veinte años por Oriente Medio, la India y Asia Central, relatando su peregrinaje en un celebrado libro: Los viajes. El mismo mérito que estos dos conocidos viajeros puede atribuírsele a un madrileño, Ruy González de Clavijo al que a comienzos del siglo XV fue nombrado embajador por Enrique III de Castilla y León y enviado a la corte del Gran Tamerlán en Samarcanda al objeto de concertar una hipotética alianza contra el Imperio otomano ya que, por entonces, los ejércitos al mando del último conquistador nómada de Asia Central eran los únicos capaces de derrotar a los turcos. Con una docena de hombres. González de Clavijo se embarcó en el Puerto de Santa María para, tras un azaroso periplo por el Mediterráneo arribar a Trebisonda en las orillas del Mar Negro, desde donde empezó el viaje por tierra atravesando desiertos y montañas hasta llegar a la mítica Samarcanda. Clavijo se convirtió, sin duda, en el español que más lejos había viajado hasta entonces y en el primer embajador europeo en Asia. El madrileño quedó impresionado por la belleza de la legendaria capital de Tamerlán, un lugar de ensueño con mezquitas y palacios coronados por hermosas cúpulas azules y calles y plazas en las que dejaron sus huellas Alejandro Magno o Gengis Kan y donde confluían las caravanas que transitaban por la Ruta de la Seda con su cargamento de refinadas telas, especias exquisitas, perfumes cautivadores y piedras preciosas.
El embajador recogió sus impresiones del viaje en el libro Embajada a Tamerlán. Su crónica describe con gran detalle las vicisitudes de su viaje, los lugares y ciudades por los que pasó y la vida cotidiana en la lujosa corte de Tamerlán, siendo su obra una extraordinaria joya de la narrativa medieval española. Desafortunadamente nadie en España recuerda a Ruy y hay que viajar a Samarcanda (Uzbekistán) para leer su nombre en una de sus calles: “Ko´chasi Rui Gonsals de Clavixo”.
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